M.C.Escher Circle Limit III in a rectangle by Vladimir-Bulatov
Es necesario ahondar en el conocimiento de las ciencias
de la Tierra y del de nuestro propio cerebro como paso previo
fundamental para el despertar de conciencias y la búsqueda de vías para
transitar el colapso diferentes del miedo, odio, hedonismo o nihilismo.
Se impone una visión sistémica de la ciencia que conecte áreas que hasta
ahora han permanecido aisladas.
Al hilo de eso, hay una serie de cuestiones que considero cruciales y que también nos permitirán entrar de lleno en el cada vez más pertinente debate neo-ludita. Son matices que quedan poco desarrollados o incluso excluidos de la discusión, al menos, en lo que yo he venido leyendo y escuchando de autores en la órbita del activismo ecosocial. Aún así, bien es cierto que conocer las reflexiones de todos ellos me ha sido necesario para poder encontrar vías de exploración de tales ideas.
Sistemas complejos
Un sistema complejo es un conjunto de agentes que se relacionan entre sí a lo largo del tiempo siguiendo una serie de reglas o condiciones de contorno. La dinámica del sistema viene dada por sus reglas de evolución. El conjunto siempre estará acotado y separado del exterior por una cierta frontera más o menos permeable, permitiendo la entrada y salida de energía, información y materia. Esta entrada de recursos permite al sistema mantenerse, pero también, eventualmente, crecer, ya sea porque los agentes puedan intensificar su actividad o porque puedan auto replicarse y crecer en número.
El crecimiento del sistema puede poner en peligro la estabilidad del mismo y, con el aumento de complejidad, el sistema puede adquirir, de manera espontánea, mecanismos de control que le permiten permanecer en régimen estable (excluiremos de la discusión los sistemas complejos diseñados a voluntad para su estabilidad por seres inteligentes). En el caso de los sistemas orgánicos gaianos, ya vimos cómo mediante la simbiosis eran capaces de superar los límites al crecimiento de su complejidad.
Las estructura de relaciones establecidas entre los agentes puede llegar a ser muy compleja a medida que el sistema evoluciona. La complejidad del sistema radica en que, a medida que transcurre su dinámica, los agentes primigenios llegan a auto organizarse en grupos de agentes y emergen nuevas reglas que coordinan la relación entre estas nuevas supra entidades en una escala superior.
Esa emergencia espontánea, no dirigida, de nuevas súper estructuras y nuevas reglas en escalas cada vez mayores recuerda y se asemeja mucho a una dinámica fractal. La estructura de relaciones en una escala dada del fractal tiende a replicar la establecida en escalas inferiores.
A los humanos, como seres inteligentes que somos, se nos da muy bien diseñar sistemas complejos para que permanezcan en régimen estable (p. ej. un puente, un circuito electrónico, ...). Lo que no se nos da tan bien, como agentes que somos pertenecientes a un sistema complejo, es diseñar reglas que permitan mantener bajo control la estabilidad de las súper estructuras que emergen dentro del tablero de juego en el que nos hayamos inmersos.
En los sistemas complejos, cuando se forman estructuras superiores, las partes que se asocian para formarlas entregan parte de su telos (fin o propósito) a la estructura superior formada, de manera que no les es accesible un control sobre el tipo de reglas emergentes que surgen espontáneamente para que las nuevas estructuras superiores puedan relacionarse entre ellas. El control emerge del conjunto, y no de la voluntad de sus partes.
Otra característica fundamental de la dinámica de sistemas complejos es el establecimiento de bucles de realimentación en el flujo de materia, energía e información circulante a través de las estructuras del sistema y entre éstas y la propia frontera del sistema. La relación entre un punto de entrada y otro de salida dentro del bucle se dice positiva cuando un incremento del flujo en la entrada lleva a un incremento en la salida, y al revés, una disminución en la entrada lleva a una disminución en la salida, es decir, más lleva a más y menos lleva a menos. Por el contrario, una relación negativa supone que más lleva a menos y menos lleva a más.
Decimos que el bucle se desestabiliza cuando el flujo circulante se hace demasiado grande para que la estructura lo soporte o, por el contrario, cuando éste desaparece por completo y cesa la dinámica dentro del lazo.
La emergencia de mecanismos de control estabilizante en los bucles de relaciones en sistemas complejos sucede gracias a la concurrencia de relaciones tanto positivas como negativas dentro del mismo lazo, de manera que un número impar de relaciones negativas conduce a la estabilidad, mientras que si no hay relaciones negativas o el número de ellas es par, se tiende a la inestabilidad (ver figura).
Diagrama de influencia del modelo de ordenador Daisyworld diseñado por James Lovelock desde la dinámica de sistemas. Se simula un mundo poblado por margaritas negras y blancas. Las poblaciones tienden a ajustarse hasta conseguir una temperatura del planeta apropiada para ellas. Un aumento o disminución de la luminosidad del Sol causa un respectivo aumento o disminución de la temperatura del planeta. Más temperatura del planeta implica más temperatura de las margaritas negras (que ya no están tan cómodas); más temperatura de las margaritas negras implica más aumento relativo de las margaritas blancas (éstas siempre están algo más frías que su entorno, así que, si aumenta la temperatura cerca de ellas por las negras, esto las beneficia, y crece su población relativa). Más aumento relativo de las margaritas blancas incrementa el albedo (brillo o rechazo de la luz del Sol); más albedo implica menos temperatura del planeta, y menos temperatura del planeta implica menos temperatura de las margaritas negras. Es decir, que a través de las poblaciones de margaritas, un aumento de la luminosidad del Sol que tiende a aumentar la temperatura es contrarrestado por un aumento del albedo que tiende a disminuir la temperatura, lo que genera un "lazo" estabilizante de la temperatura (una realimentación negativa) que hemos simbolizado con la flecha discontinua E. [Carlos de Castro, "Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis", pág. 211]
Al final, en los sistemas complejos todo está conectado, y si un diseñador inteligente que forme parte del sistema y con poder para introducir en un punto dado del mismo una nueva relación positiva, no se preocupa de integrar también la correspondiente relación negativa, acabará provocando desestabilidad en lugares inesperados sin conexión aparente con su punto de intervención. Visto así, parece claro que si el diseñador forma parte del propio sistema como un agente más, le va a resultar muy difícil, si no imposible, acometer dicha tarea, ya que para tener una visión completa y poder ejercer un control total tendría que situarse fuera del sistema, un lugar que por definición no le es accesible.
La mitología del progreso, que impulsa la relación tóxica del sistema humano con su sistema matriz, la biosfera terrestre (Gaia), se sostiene sobre los prejuicios del determinismo, reduccionismo y mecanicismo. Esta relación es tóxica porque, en el intento de doblegar al sistema matriz para perpetuar nuestro crecimiento desmedido, estamos desestabilizando ambos sistemas. El reduccionismo nos lleva a pensar que un problema muy complejo (como controlar a un sistema complejo) se puede descomponer en problemas menores, de manera que la solución global se alcanza como suma o agregado de resoluciones parciales. Y el determinismo y mecanicismo conducen al espejismo de que podemos llegar a entender las reglas emergentes que mantienen estable el sistema complejo en el que estamos inmersos hasta el punto de ser capaces de recuperar su estabilidad cuando interferimos gravemente en ella.
Entropía irresoluble
".. el ser humano desea cada vez más convertir la radiación solar en diferentes formas de energía, como la electricidad o el combustible, que puedan realizar un trabajo. Esto sólo puede lograrse creando dispositivos o máquinas que conviertan una forma de energía en otra y los recursos para esos dispositivos provienen de la corteza terrestre. Esos dispositivos tienen una vida útil finita y dependen de más infraestructuras (transporte, ciudades, fábricas, universidades, policía, etc.) para mantenerlos y hacerlos funcionar, que a su vez tienen una vida útil finita. Es necesario seguir extrayendo, refinando y fabricando.
La cantidad de energía captada del sol por estos dispositivos nunca podrá ser suficiente para devolver a la Tierra su estado original. Así lo determina la segunda ley de la termodinámica. Así que el proceso de extracción, construcción y fabricación, para convertir y utilizar la energía, agota y degrada inexorablemente los recursos minerales de la Tierra. Es irreversible e insostenible. Da igual que consideremos la energía solar, la eólica, la hidráulica, el carbón, la biológica, la nuclear o la geotérmica. Todas son insostenibles según las leyes de la física.
[..]
Cuanta más gente tengamos en el planeta y más energía utilicemos, más rápida y extensa será la degradación de los recursos de la Tierra. La humanidad es como una enorme máquina orgánica que utiliza energía para extraer y agotar los minerales. Cuanta más energía se pone en el sistema, más rápido se produce la degradación. La energía de fusión nuclear, si llega a producirse, podría ser especialmente eficaz en la degradación de nuestros recursos y del medio ambiente (uno de los efectos de esta tecnología podría ser la conversión de nuestras reservas de litio en helio, que escaparía de la atmósfera terrestre y se perdería para siempre).
La energía para uso humano es tan insostenible y no renovable como la minería. Así que hablar de 'energía renovable' o 'energía sostenible' es un oxímoron, como lo es la 'minería sostenible' o el 'desarrollo sostenible'. Cuanta más energía usamos, menos sostenible es la humanidad. Cuanto antes se dé cuenta la gente de esto, antes podremos embarcarnos en el proceso de reducir el consumo de energía, en lugar de agarrarnos al clavo ardiendo de las fuentes de energía alternativas para perpetuar lo insostenible."
Tecnología inerte frente a tecnología viva
".. en el caso de los organismos autótrofos el recurso material se desacopla del recurso energético. La fotosíntesis, por ejemplo, permite utilizar la energía solar para autoconstruirse con materiales de baja energía potencial y muy dispersos como el agua, el dióxido de carbono y el nitrógeno que provienen de la atmósfera y pocos minerales más en formas moleculares relativamente sencillas y también dispersos, que suelen provenir del suelo en el caso de un árbol. De hecho, los residuos de una planta contienen una energía potencial utilizable. Un árbol podría, en teoría, vivir de sus propios 'desechos'. Es más: las plantas construyen los suelos transformando las rocas (el granito, por ejemplo, que ha formado Gaia millones de años antes) en suelos químicamente más complejos. Si un árbol (incluido su rizoma) no es capaz de automantenerse con la energía solar y sus propios residuos es porque no es capaz de reciclarlos al 100%, pero un organismo autótrofo tenderá a aproximarse a esa tasa de reciclado." [Carlos de Castro, "Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis", pág. 128, 129]
El sistema humano emergió del sistema Gaia. Gaia engloba al sistema humano y la geosfera engloba a Gaia. Ambos sistemas complejos han desarrollado mecanismos de control que les permiten intervenir para su conveniencia en el sistema que les engloba, esto es, han desarrollado tecnología.
Pero la dinámica desplegada en uno y otro sistema son muy diferentes. La gran diferencia entre la dinámica humana y la gaiana reside en que las entidades tecnológicas humanas, a diferencia de las gaianas, no están vivas (ver la Nota final).
Los organismos vivos se auto reparan, se auto replican, participan activa y coordinadamente en el control que ejerce Gaia sobre el equilibrio ecosistémico y sobre los ciclos biogeoquímicos del planeta. Gaia a través de su tecnología viva ejerce un control sobre los parámetros químicos y termodinámicos de la Tierra para mantenerlos en niveles propicios para la vida.
Gaia no destruye a la Tierra cuando ejerce su control sobre ella para posibilitar su existencia, pero los humanos sí destruimos a Gaia cuando ejercemos control sobre ella para posibilitar nuestra dinámica.
Mantener la tecnología humana es una batalla constante contra la entropía, porque nuestros sistemas inertes se degradan o se entropizan sin remedio y, al contrario de lo que sucede en los sistemas vivos, la entropía acumulada en pocos puntos puede convertir en disfuncional gran parte del sistema. Cuando algo se rompe o deteriora en la naturaleza (p. ej. la muerte de un animal, un incendio, ...) eso supone nuevas oportunidades para otros seres que aprovechan la energía liberada, pero cuando algo se estropea en la red tecnológica humana, si no se repara en el acto, comprometes cadenas de montaje y suministro. Por eso hay que estar constantemente reparando y reponiendo piezas, lo que requiere, por un lado, de aportes constantes de materia y energía externas y, por otro, de excreciones constantes de residuos dañinos muy poco aprovechables hacia el sistema externo gaiano que nos contiene y que no es capaz de neutralizarlos o volverlos de nuevo útiles a la velocidad que nuestro crecimiento impone.
La materia y energía disponible en los sistemas complejos se haya accesible en forma de flujos dispersos y entropizados. En el sistema Tierra, también existen grandes yacimientos de muy baja entropía en forma de stock que han permanecido inaccesibles a los organismos vivos hasta que los humanos desarrollaron la tecnología inerte para explotarlos. Pero estos stocks son finitos y no renovables, su explotación pronto deja de ofrecer rendimientos crecientes y éstos se tornan decrecientes y finalmente negativos, por lo que no permiten el sustento del sistema a largo plazo.
Para que un sistema recicle bien la materia y energía en su interior, necesita que se aproveche el escurridizo y caprichoso flujo renovable allá donde quede libre, desde lo micro a lo macro, en todas las escalas. Para aprovechar bien los muy entropizados y dispersos flujos de materiales y energía debe haber agentes autónomos actuando en varias escalas y formando una tupida red suficientemente diversa y plástica como para adaptarse a los caprichos del flujo. Cada agente vivo debe ser capaz de auto mantenerse por sí solo para que el conjunto presente suficiente plasticidad y espontaneidad adaptativa, pero a la vez, ha de estar completamente coordinado con el resto de agentes de su entorno cercano. Esta coordinación se extiende desde lo local hasta lo global, hasta abarcar toda la biosfera, porque se reproduce desde las escalas micro hasta las macro a modo de fractal.
La red de tecnología inorgánica humana puede ser igual de compleja que la red orgánica en términos cuantitativos y topológicos (conexiones entre agentes), pero desde el aspecto cualitativo la funcionalidad orgánica es mucho mayor debido a la naturaleza de los enlaces: son cooperativos en la red orgánica y competitivos, o basados en relaciones de poder, en todas las sociedades humanas complejas conocidas (salvo alguna excepción, como apunta David Graeber en 'El amanecer de Todo', donde muestra la existencia de sociedades neolíticas complejas sin jerarquías de poder).
Pero aunque pudiéramos tejer una red tecnológica inerte con enlaces cooperativos, ésta seguiría siendo mucho menos funcional que la red orgánica, porque la red inerte requiere por definición de diseño y control inteligente sujeto a vulnerabilidades subjetivas. Es un control débil porque es ejercido por agentes que pertenecen a la propia red. Por un lado, desde dentro, debido a la complejidad del sistema, no se puede intervenir sin incurrir en perturbaciones involuntarias, lo que lastra la fluidez de las relaciones a lo largo de la red, mermando la adaptabilidad y resiliencia. Por otro lado, si el sistema crece en complejidad pero la inteligencia de los controladores internos no crece al mismo ritmo, el desfase acumulado irá dificultando cada vez más el control, lo que llevará a rendimientos decrecientes de la complejidad. Por el contrario, en el caso de las redes orgánicas, guiados por las leyes de la Termodinámica y a través de su evolución, surgen mecanismos de control emergente. Sujetos a un proceso de ensayo y error sin restricciones temporales acaban por hallar la manera de continuar con su desarrollo pero de manera sostenible. El sistema se autoregula él solo.
Diseño modular frente a diseño monolítico
Otra de las razones por las que los sistemas de complejidad creciente son más ineficientes, frágiles e insostenibles cuando se basan en tecnología inerte que cuando lo hacen en tecnología orgánica tiene que ver con la plasticidad modular que adquieren las estructuras de los segundos frente a la rigidez monolítica de los primeros.
En el diseño modular, al contrario que en el monolítico, es posible el reemplazo de una parte del sistema sin tener que redefinir casi por completo la estructura global del mismo.
Debido, por un lado, a la gran redundancia en las funciones ejercidas por sus agentes, y, por otro, a la riqueza y diversidad de las relaciones jerárquicas establecidas dentro de la red, los fallos en el sistema modular se reabsorben y no se propagan por toda la red, como ocurre con el modelo monolítico.
Por último, el diseño monolítico es centralizado. Esto significa que servicios vitales para el funcionamiento global del sistema solo son proporcionados por pocos nodos de la red con muy difícil reemplazo. En el diseño modular por el contrario, los servicios se proporcionan de manera redundante y distribuida a lo largo y ancho de toda la red.
La centralización en el diseño monolítico supone un aumento de complejidad en pocos lugares concretos, con pocas posibilidades de reemplazo o movilidad, en detrimento de la complejidad del resto de la red, que queda simplificada y supeditada al servicio de los escasos centros complejos.
Todo esto hace que la resiliencia, o capacidad para responder a perturbaciones, en los sistemas complejos monolíticos sea muchísimo menor que en los modulares.
Circuito de recompensa dopaminérgico
Cuando a lo largo de la vida, y especialmente en los primeros estadios, realizamos alguna acción potencialmente positiva para nuestro desarrollo individual, el cerebro responde con la recompensa dopaminérgica, que resulta en un efecto placentero, lo que estimula la repetición de esa acción. A medida que una acción se repite, esto lleva a que se construya una ruta cerebral que afianza esa rutina. Ese proceso se realiza siguiendo una ley de mínima energía invertida. Para las rutas largas y complejas, se requiere más tiempo y energía en su creación que para las rutas cortas y sencillas. Pero una vez se establecen, apenas hay diferencia en términos energéticos entre recorrer una vía de creación lenta y una vía de creación rápida.
He aquí una analogía para entender este mecanismo de mínima energía que guía el proceso de desarrollo mental y afianzamiento de hábitos: cuando buscamos comida o recursos, primero cogemos lo de mejor calidad y lo más accesible, lo que requiere menos energía, y después, si insistimos en no diversificar nuestra explotación, a medida que se agota lo fácil y bueno, vamos invirtiendo más esfuerzo por unidad de recurso alcanzado hasta llegar un punto en que la recompensa obtenida ya no justifica la inversión inicial.
Así, las rutas cerebrales que permiten que nos orientemos a objetivos dados, evitando que andemos como zombis por la vida, se construyen en el cerebro siguiendo ese patrón económico de mínima energía.
La cuestión es que, dadas unas condiciones ambientales externas de desarrollo individual normales, es decir, lo que hubo en la práctica totalidad de la evolución humana, excepto en los últimos milenios, se imponen unas restricciones que hacen que lo más económico para el cerebro no sea seguir la ruta que lleva directo a los yacimientos con mayor densidad dopaminérgica.
En la vida salvaje, se imponía la adaptación a los flujos de la red de vida externa en la que estábamos inmersos, lo que hacía incompatible el desarrollo individual hedonista. La necesidad de encaje dentro de ese flujo nos obligaba a desarrollar circuitos cerebrales mucho más resilientes. No agotábamos enseguida los yacimientos buenos y diversificábamos la extracción de energía dopaminérgica a lo largo y ancho de nuestro cerebro. No nos centrábamos en un único recurso, sino que estábamos obligados a aprender a disfrutar de una infinidad de diversas estimulaciones, aunque cada una de ellas fuera en comparación mucho menos intensa que la proporcionada por los yacimientos jugosos.
Pero llegó un momento en la evolución de las capacidades cognitivas de Sapiens en que le fue posible hacer la trampa. Adquirimos la capacidad de desarrollar más y más tecnología, cada vez más compleja, para controlar los flujos de materia y energía externos a nuestros cuerpos, y eso dio lugar a que ya no tuviéramos limitaciones para acceder a los mejores yacimientos de estimulación cerebral y que acabáramos esquilmándolos sin ningún control, y peor, al especializarnos en los yacimientos más estimulantes, descuidábamos la diversificación, lo que a la larga conducía a una vida menos gratificante, porque nos hacía más y más vulnerables ante el inevitable declive en la explotación de esos pocos recursos dopaminérgicos jugosos.
Si uno se fija en la aparente multiplicidad de posibilidades para el estímulo que ofrece la vida moderna híper tecnologizada, pareciera que llegáramos a una contradicción con lo anteriormente expuesto. Pero, claro, no es así. Esa multiplicidad a la que irremediablemente quedamos expuestos hoy día, se refiere a un número grande de caminos, pero en el fondo todos ellos conducen a los mismos pocos yacimientos jugosos de nuestro cerebro que acabamos exprimiendo hasta la extenuación. Una vez agotados, un vacío insalvable en términos de redes neuronales nos separa de toda esa diversidad potencial de pequeños yacimientos de satisfacción.
Con el desarrollo de nuestra tecnología, hemos ido pasando de vivir en una diversidad de micro culturas que permitían desarrollar cerebros con arquitectura modular, a vivir bajo un único credo estandarizador que nos conduce a construirnos mentalmente bajo el diseño monolítico. Sometidos a la uniformidad cultural, forzamos a nuestro cerebro a adquirir esa arquitectura centralizada, donde una mayor parte de la red queda despoblada y simplificada al servicio de muy pocos centros de complejidad mental especializados en la concentración de grandes dosis de dopamina.
Por tanto, parece que un excesivo control del flujo de materia y energía externo a nuestros cuerpos, esto es, excesiva tecnología, ha llevado a una pérdida de control de nuestro flujo de energía interno, el que ocurre en nuestra mente. Y viceversa, el retorno a menor control del flujo externo conduciría a una mayor riqueza y diversidad de rutas de estimulación cerebral, lo que permitiría un mayor auto control, porque al tener miles de alternativas, no padeceríamos en exceso si en un momento dado decidiéramos no acceder a los yacimientos jugosos.
Eso es el auto control: ser capaz de renunciar sin problemas al yacimiento más estimulante, el que reporta mayor satisfacción a corto plazo por unidad de energía invertida. Y ese es el control que ejerce Gaia sobre nuestro equilibrio mental si permanecemos en buen encaje dentro de ella: hacer que no tengamos más remedio que renunciar al yacimiento más estimulante viéndonos obligados a explorar otras rutas diversas y más sutiles hacia el placer.
Si nos dedicáramos a observar los flujos externos de la red de vida en toda su extensión y complejidad, con vocación sistémica y holística (lo opuesto a reduccionista y mecanicista), acabaríamos perdiendo interés por su excesivo control, y por tanto, caminaríamos de nuevo hacia el encaje en la matriz de vida que nos alberga. Cuando uno observa "el todo", pierde interés por el control sobre "la parte".
Control, sí, porque nuestro cerebro es una herramienta de control, pero más interno y no tanto externo. Y control interno sin pretensiones de dominación por parte de eso que llamamos "ego", nuestra mayor tecnología, por otro lado. Porque si la observación interna se orienta a la dominación o anulación de unos flujos particulares en favor de otros, acaba exacerbando o creando el conflicto interno. Y la auto observación debería conducir a la dilución de los conflictos, al "no hacer". En el mundo moderno hay obsesión por "hacer cosas". Recuperemos "el arte de no hacer nada".
En síntesis, control justo del flujo externo, la justa y necesaria tecnología para una vida digna en equilibrio con Gaia, y eso sí, mucha observación del flujo externo que transita por la red de vida. Porque observando a la red de vida con vocación de encaje en ella, acabamos desarrollando una diversificación de nuestros flujos mentales internos, lo que a su vez acaba fomentando la auto observación, porque cuantas más cosas interesantes y sutiles suceden dentro de uno, más capta esto la atención de uno hacia ello.
Pero nos falta un detalle: por el momento hemos sacado a colación tres cultos, muy relacionados entre sí, que alimentan el imaginario del progreso, a saber, el culto al control, al reduccionismo y al mecanicismo. Nos falta el culto a la creación. Porque nuestro cerebro no solo es una herramienta de control, también lo es de creación, que en el fondo es control sobre las ideas que bullen en nuestra mente. Pero, ¿hay algo más creativo que desarrollar las construcciones de nuestra irreprimible imaginación sin necesidad de destruir la vida? El arte se puede desarrollar con tecnología muy modesta, sin necesidad de levantar estructuras faraónicas, sin necesidad de usar la mejor magia proporcionada por la tecnología más compleja, sin necesidad, en definitiva, de llegar al delirio estético. Éxtasis sí, pero delirio no.
Nos mueve la obsesión por el control del flujo, pero la nueva etapa humana va a exigir orientar nuestra inteligencia más bien hacia la observación de ese flujo y hacia nuestra adaptación al mismo: renunciar a acumularlo y aprender a fluir con él. Tenemos inteligencia para observar cómo transita el flujo en la red superior y poder así aprender a encajar en ella.
El imaginario del progreso idealiza el control. Conocer cómo funciona la máquina naturaleza, pero para controlarla. Por ejemplo, buscamos desarrollar una nanotecnología o biotecnología que sea equivalente a un microbioma, pero donde podamos controlar todas las variables para poder acumular beneficio. Pero no entendemos que acabamos irremediablemente incurriendo en la trampa. La trampa que nos lleva a acabar con un número par de relaciones negativas en un bucle de realimentación. No somos capaces de integrar adecuadamente la correspondiente relación negativa que el sistema complejo exige para su estabilidad cuando mediante nuestra injerencia introducimos una relación positiva en un lazo con la intención de incrementar un flujo para obtener beneficio, para crecer.
¿Y cuál es ese beneficio? Ciclos cada vez más intensivos en el metabolismo de la dopamina. Estímulos cada vez más intensos. Es el camino más económico del circuito de dopamina, pero a la vez el más cortoplacista e insostenible en el tiempo. Tenemos una tecnología (inteligencia) que sobrepasa los controles gaianos. Adquirimos tolerancia a la estimulación, que se ha de hacer más y más intensa para obtener una misma cuota de placer, y no hay límite gaiano que nos mantenga por debajo de su capacidad de carga. La excesiva injerencia de la tecnología inorgánica en los sistemas orgánicos ha ido socavando la capacidad de Gaia para soportar al sistema humano hasta el punto de resultar imposible un mayor crecimiento.
Cuando desde el activismo eco social, pensamos en la posibilidad de la existencia de sociedades demasiado complejas en términos de tecnología inerte (demasiado obsesionadas por el control del flujo) y que a la vez sean compatibles con la sostenibilidad de la vida a largo plazo, en realidad estamos padeciendo el influjo que el imaginario del progreso aún ejerce sobre nuestras mentes.
Inevitabilidad y posibilismo
El devenir de los acontecimientos sociales es un proceso que escapa a las voluntades contingentes de sus agentes. Por supuesto que los agentes ejercen una influencia en el sistema donde se hayan inmersos, pero el resultado no es nunca el esperado por ellos en un sistema basado en tecnología inerte que no para de crecer en tamaño y complejidad.
Pensar que comportamientos diferentes de los agentes habrían conducido al sistema a un estado estacionario sostenible sin tener que haber pasado por la etapa de híper desarrollo y el consiguiente colapso, obvia el efecto que tuvo sobre nuestro sistema de recompensa dopaminérgico la inclusión de excesiva tecnología inerte en nuestras comunidades. Una vez descubiertos los yacimientos de estímulos jugosos y averiguado cómo alcanzarlos sirviéndonos de nuestra tecnología, se inició un bucle de realimentación positiva imparable hacia la tecnologización total de nuestras vidas.
Pensar que ese proceso podría haber parado en algún punto gracias a un "libre" albedrío diferente de los agentes es resultado del prejuicio reduccionista que obvia la emergencia de dinámicas de escala superior en sistemas complejos. El comportamiento del sistema no se explica por la suma de sus partes. Esas malas decisiones que unos tomaron podrían no haber sido tomadas, mientras que otras buenas decisiones pudieron igualmente no haber sido tomadas. El resultado final responde a una inercia que escapa a nuestro libre albedrío, concepto que por otro lado es puramente imaginado. La tendencia creciente a la estandarización y a la globalización es algo indisoluble del aumento de la complejidad de la tecnología inerte, y la desaparición de la diversidad cultural fue algo completamente inevitable una vez pasado un umbral de desarrollo tecnológico.
Entonces, ¿qué opciones tenemos? ¿Implica la inevitabilidad de haber llegado al punto actual que no es posible un futuro ilusionante? ¿Es necesario concluir que la naturaleza humana sí pudo evitar el crecimiento desmedido para pensar en posibilidades de futuro bueno?
Lo que yo creo es que el posibilismo fundamentado en la evitabilidad de a dónde hemos llegado, está claramente espoleado por el anhelo de controlar la caída inevitable: solo es cuestión de cambiar las voluntades para hacerlo posible, ¿no?. Pero nuevamente, es un deseo de control. Pretender arreglar con control lo que el exceso de control ha causado. Es una batalla perdida.
Por el contrario, al asumir la inevitabilidad, surge un posibilismo diferente que reside en que, una vez caiga todo por su propio peso, se abrirán de nuevo a los humanos ventanas de oportunidad para la vida orgánica, esta vez sin la droga a mano de los combustibles fósiles. Hacer trampa será esta vez más difícil. Y con suerte, conseguiremos aprovechar parte del conocimiento científico actual (antes de que se pierda demasiado) para dirigir un cambio hacia cosmovisiones más adecuadas de cara a un mejor aprovechamiento a largo plazo de esas nuevas ventanas de oportunidad y, en definitiva, de una vida más plena a largo plazo en un planeta Tierra que por un tiempo será más hostil para la vida de lo que es ahora.
Tras el nuevo despertar de nuestra conciencia, seremos espectadores privilegiados y parte activa del proceso que lleve a Gaia a tomar de nuevo el control de la habitabilidad en nuestro planeta.
* * *
Nota final:
La construcción de toda máquina, ya sea viva o muerta, requiere tomar materia entropizada (desordenada) y llevarla a un estado de mayor orden. Esto requiere energía ... que al final hay que devolver. Los artilugios humanos, a diferencia de los gaianos, no devuelven de manera creativa la energía que necesitaron para adquirir complejidad.
Los seres vivos, a lo largo de toda su vida, no hacen otra cosa que facilitar intercambios energéticos, lo que hace aumentar la entropía a su alrededor por encima de lo que tuvo que disminuir en su interior al ser creados, y de manera muy rápida.
Al final, ya sea por mediación de la vida o no, la entropía del universo siempre aumenta de manera global, pero puede hacerlo más o menos rápido a nivel local.
Las máquinas inertes usan su complejidad adquirida para destruir localmente el medio que necesitan para funcionar las máquinas orgánicas. Esto crea entropía en un principio, pero al quedar el espacio sin vida alrededor, ya no hay posibilidades de seguir con el ciclo desentropizar/entropizar que se perpetuaba con la vida y que llevaba a un balance neto de más entropía final de manera ininterrumpida en esa zona. Durante un tiempo, esos espacios muertos por la tecnología humana no generan entropía, hasta que poco a poco la vida se abre paso en ellos y consigue reactivar el ciclo.
Además, los organismos, cuando llegan al final de su vida, no ralentizan el ciclo de la entropía, ya que entregan su materia fácilmente, se entropizan rápidamente permitiendo una rápida adquisición de esos recursos por otros seres que vuelven a crear formas ordenadas con ellos. El artefacto humano por contra, cuando acaba su periodo útil, deja unos materiales que tardan mucho en alcanzar niveles de entropía aprovechable por los seres vivos.
El universo encontró con la vida una forma de optimizar su imperativo de aumento de entropía a nivel local, pero al dar con la inteligencia ha encontrado un freno que lleva ese proceso de nuevo a la lentitud habitual sin la vida.
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