Este texto se ha inspirado en parte en ideas de "Sapiens" de Yuval Noah Harari, de "El crepúsculo de las máquinas" de John Zerzan y de "Reencontrando a Gaia" de Carlos de Castro, a veces, incluso tomando frases casi literales de los textos originales.
Cabe resaltar la gran discrepancia de pensamiento existente entre estos tres autores. En particular, hay que destacar el rechazo que Carlos de Castro manifiesta hacia la influencia que "El gen egoísta" de Richard Dawkins ha ejercido sobre el pensamiento de Harari. Cualquier impresión extraida de este texto que lleve a la conclusión de que exista afinidad entre estos autores debería entenderse como un resultado del esfuerzo unificador del que escribe estas líneas.
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Nuestro problema como sociedad humana actual no es que no actuemos de manera global, sino que cuando actuamos globalmente no redunda en nuestro beneficio. Actualmente los humanos ya actuamos como un ente globalizador. Ya hay una conciencia colectiva que nos dirige. Somos hormigas que hemos delegado nuestro "telos" (propósito o fin) al hormiguero. Y el hormiguero que ha emergido de la multiplicidad de esas naturalezas humanas, domesticadas por la cultura y la historia, es un hormiguero de producción y consumo aberrantes.
Soñamos con mecanismos de democracia directa que permitan a la población desplegar la conciencia colectiva que nos ayude a reconectar con Gaia. Edenismo, progresismo o utopismo. Llevamos desde los filósofos griegos dándole vueltas a esta contradicción que supone pretender domar al sistema complejo emergente desde dentro del propio sistema. Pero no parece lógico que las partes del sistema domadas por él puedan llegar a domar al propio sistema.
Las comunidades sencillas o poco complejas sí podrían albergar partes libres dentro de sí, entendiendo la libertad de esas partes como la capacidad para influir beneficiosamente sobre su comunidad.
Parece que fue inevitable transitar desde muchas culturas pequeñas a unas pocas culturas grandes y finalmente a una única sociedad global. Y la dinámica de la historia durante este tránsito hacia sociedades más complejas no se ha dirigido a mejorar el bienestar humano. Las culturas que más éxito han tenido en la historia no han sido las mejores para Homo sapiens. La evolución cultural se ha basado en la replicación de unidades de información cultural o "memes", y las culturas que más éxito han tenido han sido las que han sobresalido en la reproducción de sus "memes", con independencia de los costes y beneficios para sus anfitriones humanos.
Cualquier intento de diseño de "memes" por parte de las hormigas no puede dar como resultado un comportamiento del organismo hormiguero en beneficio de las hormigas. El hormiguero siempre sigue su propia dinámica y las hormigas han entregado su "telos" al hormiguero. Estamos hablando de un sistema caótico de nivel dos, que reacciona a las predicciones o controles que se pretenden ejercer sobre él desde dentro, con el consiguiente resultado impredecible (un ejemplo de sistema caótico de nivel uno sería el clima, que sí se presta a cierta predicción).
La tendencia de nuestro hormiguero humano ha sido al aumento de complejidad constante. La complejidad en Gaia también ha tendido siempre a aumentar. Este aumento siempre se ha ido encontrando con límites de recursos y energía (límite de la función sigmoidea que caracteriza al crecimiento de sistemas complejos). Pero Gaia, ha ido solucionando o superando estos límites gracias a la simbiosis, mediante la cual, organismos con telos propio pasaban a ser partes de organismos superiores, delegando su telos propio al organismo superior: la eucariota es la simbiosis de bacterias y virus; un pluricelular es la simbiosis de eucariotas, bacterias y virus; un termitero es la simbiosis de pluricelulares, eucariotas, bacterias y virus; un bosque tropical es la simbiosis de termiteros, organismos, eucariotas, bacterias y virus. Gaia es la simbiosis de ecosistemas. Quizás, incluso algo más allá a partir de la simbiosis entre diferentes gaias (panspermia).
Así es como se comporta la biología, sistemas abiertos que cooperan e intercambian información y energía a través de sus permeables fronteras (membranas), para así conseguir reciclar materia a tasas de más del 95% y poder superar de esa forma los límites al crecimiento de la complejidad.
Pero la psicología o cognición, como emergencia de los organismos complejos, no ha parecido seguir con los humanos el patrón de la biología. Se ha terminado organizando mediante sistemas cerrados que compiten entre sí. La primera y más importante frontera impermeable es la que nos separó de la propia Gaia, y que solo hemos ido usando para extraer de ella y arrojar nuestra basura tóxica. Esa falta de permeabilidad entre los componentes del sistema es lo que impide el reciclado eficiente de materia, y por tanto un uso renovable de la energía, y de ahí que nos hayamos topado con un límite ineludible al crecimiento de nuestra complejidad.
Pero en primera instancia, a pesar de esa tendencia impermeabilizante, pudimos llegar hasta la cima de nuestra complejidad gracias a la capacidad cognitiva de imaginar realidades cohesionadoras (memes). Esa capacidad cultural de doble filo es la que a la larga nos impermeabilizó de Gaia y de nuestra comunidad local, convirtiéndonos en seres individuales, domesticados y aislados y, que a su vez, finalmente, nos cohesionó globalmente como el hormiguero que ahora somos: un hormiguero de seres desconectados y aislados entre sí pero dirigidos globalmente por su cultura estandarizadora.
Ahora, una vez sobrepasada la capacidad de carga del sistema biológico que sustenta a esta emergencia cognitiva que es nuestro propio sistema, el destino ineludible es que disminuya su complejidad (colapso). Si sucede rápido, el sistema que nos alberga podrá recuperarse pronto y eso nos permitirá medrar ante un nuevo abanico de posibilidades, pero si sucede lento y seguimos socavando la capacidad de carga exterior por mucho tiempo, la caída final será tan profunda que bien podríamos enfrentarnos a la extinción o la vuelta al paleolítico.
Por otro lado, no parece que el ser humano constituya la cúspide de la complejidad, a nivel de organismo biológico individual, y se espera que la evolución (de la mano de Gaia, no de la mano de la tecnología humana que irá a menos) traiga consigo organismos mucho más complejos que los seres humanos [1, 2], al menos si cuantificamos la complejidad como la información útil que puede albergar la cadena de ADN, ya que esta medida está lejos de haber alcanzado su límite.
Así, aunque parece que la actual naturaleza humana está condenada a estropearlo todo en cuanto la capacidad de carga del sistema huésped está lo suficientemente recuperada para permitir su tendencia al crecimiento sin reciclado, puede que no estemos ante el final o el fracaso de la cognición. Puede que aún Gaia consiga dar forma a seres auto-conscientes permacultores. Pero Gaia no es una diosa perfecta. Ya antes ha experimentado "extinciones" que provenían de ella (e.g. reducción de anaeróbios por la oxidación de la atmósfera), y, aunque si bien es cierto que casi siempre ha sabido sacar partido de las mismas (e.g. la oxidación incrementó en un orden de magnitud la tasa metabólica), también a veces comete "errores" en su proceso de "ensayo/error" hacia el perfeccionamiento.
El reparto de energía/información sucede mediante la resolución de gradientes a través de las membranas permeables de las partes que constituyen este fractal jerárquico orgánico que es Gaia. Este reparto y las posibilidades de acelerarlo a nivel local se maximizan mediante la diversidad: cuanta más diversidad de partes exista dentro de cada capa jerárquica y cuanta más diversidad de jerarquías anidadas existan.
Nuestro sistema cognitivo humano, en su tendencia estandarizadora funciona justo al revés. Nuestra capacidad de reciclado a nivel global siempre estará a años luz de las tasas óptimas de Gaia, y eso es porque nuestra economía es una amalgama de agentes con membranas impermeables en cuanto al reparto de conocimiento y energía, que interactúan (o mejor, compiten) siguiendo los "memes" impuestos por una evolución cultural que no podemos dirigir.
La ley de la entropía rige nuestro universo. La energía e información tienden a dispersarse, y los seres complejos las retienen momentáneamente porque eso permite al final que el reparto o dispersión hacia su exterior sea mayor que sin ellos. Marte, Venus y Titán generan menos entropía por metro cuadrado que la Tierra. Y la biosfera juega seguramente el papel diferenciador.
Puede que los humanos en nuestro estado genético actual seamos un "error" de Gaia, pero la tendencia general de Gaia es a perfeccionarse. Y no podría ser de otra manera en este universo, si entendemos esa perfección como la mejor forma de cumplir con la ley de la entropía, esto es, maximizar el reparto energético y de la manera más rápida a nivel local.
Si los seres humanos tuviéramos, como sueñan los transhumanos posmodernos, la capacidad de modificar nuestra propia genética o fronteras físicas, si tuviéramos la capacidad de agotar hasta la última gota de la energía y materiales a nuestra disposición para poder trascender nuestra biología y poder así dirigir nuestra propia evolución, llegaríamos, tras muchos fracasos y suponiendo que pudiéramos superarlos, a la conclusión de que la mejor inteligencia artificial es la que imita a los seres cognitivos biológicos actuales, que la mejor nanotecnología es la que imita a los microbiomas, que la mejor forma de perpetuarse es conseguir reciclar por encima del 95%.
Acabaríamos exprimiendo la última gota de vida para acabar reinventando la propia vida. Vida emergiendo artificialmente de la vida auto aniquilándose. Afortunadamente, el violento choque contra nuestros límites impedirá acometer semejante delirio autorreferente.
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