Vaya por delante, antes de adentrarnos en la madriguera de conejos, que yo idolatro tanto la vida natural como la capacidad tecnológica humana, y que mi mayor sueño es que la humanidad, tras el aparentemente ineludible colapso global que le espera en el siglo XXI, pueda aspirar a mantener un mínimo de tecnología y cultura que, mientras posibiliten una vida digna para todo el mundo, a su vez puedan armonizarse con los límites de la biosfera.
Pero los sueños ... ya se sabe, sueños son.
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A lo largo de su historia, Gaia, ha desarrollado mecanismos de control, o tecnología, para mantener las condiciones físico-químicas de la superficie del planeta aptas para la vida. La vida ha aprendido a modificar su entorno para aumentar las posibilidades de desarrollarse.
"Por ejemplo, Lovelock lanzó la hipótesis de que el DMS emitido por microorganismos de los océanos podría tener un papel gaiano, al tratarse de núcleos de condensación de nubes que enfriaban la Tierra a escala local. La discusión se centró en las ventajas selectivas para esos microorganismos y la posibilidad de que se rompiera la desregulación con la entrada de <<tramposos>> que no fabricaran DMS ahorrando energía, etc. Aquí la propuesta cambia de centro, de visión y de lenguaje: Gaia usa el DMS, y para ello mantiene sistemas (comunidades microbianas) que lo producen; los organismos <<tramposos>> serán expulsados y existirán <<mecanismos>> de control. Un organismo que no trabaja para Gaia (individuo tramposo) será tratado de forma análoga a como una célula cancerosa es tratada en un organismo ..." [Carlos de Castro, "Reencontrando a Gaia", nota 78, pág. 141].
La historia de la humanidad también ha sido una historia de desarrollo de tecnología. La evolución de nuestra tecnología y la de nuestra fisiología (la de nuestra capacidad cognitiva y lingüística, e incluso la del resto de nuestro cuerpo) se han realimentado ambas en un lazo positivo.
"El advenimiento de la cocción permitió que los humanos comieran más tipos de alimentos, que dedicaran menos tiempo a comer, y que se las ingeniaran con dientes más pequeños y un intestino más corto. Algunos expertos creen que hay una relación directa entre el advenimiento de la cocción, el acortamiento del tracto intestinal humano y el crecimiento del cerebro humano. Puesto que tanto un intestino largo como un cerebro grande son extraordinarios consumidores de energía, es difícil tener ambas cosas. Al acortar el intestino y reducir su consumo de energía, la cocción abrió accidentalmente el camino para el enorme cerebro de neandertales y sapiens." [Harari, "Sapiens", pág. 25].
Por otro lado, es asombroso constatar cómo cualquier animal con cierta complejidad, siempre que tenga la oportunidad, se saltará los mecanismos de control gaianos para conseguir una comida fácil. Como ya os dije, me pareció especialmente doloroso comprobarlo durante un espectáculo de aves rapaces. Ver cómo, pese a disponer de esas herramientas para adaptarse con tal majestuosidad a la vida libre, tras un poco de entrenamiento, renunciaban a su libertad por una comida fácil. Podían escapar en cada show y no lo hacían. Elegían hacer trampa. Irónicamente, ese espectáculo lo vendían como algo que sirviera para hacernos apreciar la vida salvaje y así aprender a conservarla.
Todos elegimos el camino fácil, el de la trampa, si disponemos de una tecnología lo suficientemente potente como para saltar el control gaiano. Y esa tecnología ha sido el lenguaje natural humano.
En sus inicios, el lenguaje humano se desarrollaba bajo el incentivo de mantener la cohesión dentro de las pequeñas comunidades en las que coexistíamos en armonía y permanencia dentro de los límites gaianos. Si un individuo tramposo pretendía medrar a costa del bien común, sencillamente, gracias al lenguaje, era rápidamente interceptado y condenado al ostracismo. Así es, paradójicamente, el lenguaje, fue inicialmente seleccionado por Gaia como un mecanismo de control de la trampa.
Pero pronto, el lazo de realimentación positivo que hacía amasar a la vez a los humanos tecnología (cultura) y capacidades cognitivas, tras sobrepasar algún punto de no retorno, se escapó del control gaiano e hizo que el lenguaje pasara de ser mecanismo para evitar la trampa a ser una tecnología para posibilitarla. Ese punto de no retorno, probablemente fue la adquisición de la capacidad para imaginar realidades, que permitió hacer trabajar bajo un mismo credo a un número creciente de individuos.
Sí, la imaginación. Porque el lenguaje no solo nos sirvió para aproximarnos a la realidad física y entender, por ejemplo, cómo había que tallar el sílex para conseguir herramientas complejas, sino que también nos permitió más tarde crear nuestras propias realidades imaginadas. Estas emergían en principio como reacción ante la observación de fenomenología física y la necesidad de buscar causalidad, pero más tarde, a través del intercambio lingüístico y la imaginación colectiva, adquirieron existencia propia.
Sin la religión, la política, la ley o el dinero, todos ellos productos imaginados, no habrían crecido en complejidad las sociedades humanas. Pero esa complejidad suponía pérdida de soberanía a nivel local o individual, especialización y el caldo de cultivo perfecto para que los tramposos proliferaran, adquiriendo el monopolio de la producción de un número creciente de servicios vitales.
Dicho de otra forma, cuando el lenguaje era tan solo un mecanismo de control de tramposos, si una comunidad crecía demasiado, era imposible ejercer ese control sobre tantos individuos simultáneamente, y las sociedades se desmoronaban debido al daño ocasionado por los tramposos fuera de control. Pero cuando se dio el salto a la imaginación, se permitió que la trampa quedara legitimada por las estructuras culturales, y una vez la actividad de los tramposos se normalizó, no hubo ya límites al crecimiento cultural civilizatorio.
Aunque siempre ha habido individuos tramposos dentro de los ecosistemas gaianos, eso no ha supuesto grandes consecuencias para el equilibrio global. Si una especie aprovechaba una ventana de oportunidad para consumir los recursos a su disposición de manera descontrolada, la propia capacidad de carga de su ecosistema matriz le imponía un límite a su crecimiento y la curva exponencial se tornaba sigmoidea. Ya vimos que los organismos o mejor dicho, su complejidad, solo podían superar los límites impuestos por los recursos y energía disponibles aprendiendo a coordinarse y colaborar con otros organismos.
El problema con la tecnología proporcionada por el lenguaje humano es que permite llevar la trampa más allá del control gaiano, con el consecuente sobrepasamiento de la capacidad de carga de los ecosistemas que nos albergan. Y, como se ve en la siguiente figura, el sobrepasamiento supone una pérdida de la capacidad de carga que lleva al colapso ecosistémico y por tanto civilizatorio. La diferencia entre la curva sigmoidea que permanece bajo la capacidad de carga y la curva gaussiana que la revienta, supone la diferencia entre un planeta con la capacidad para albergarnos y otro sin esa capacidad.
Ha llegado el momento de preguntarse si Gaia, con el advenimiento (posiblemente accidental) del lenguaje natural humano, ha encontrado un límite que ponga en grave peligro la continuidad del desarrollo de su complejidad orgánica. Este dilema tiene al menos cuatro posibles desenlaces:
- Se extingue la humanidad, y Gaia, tras recuperarse de la agresión humana, puede seguir aumentando su complejidad, quizás dando cabida a que otro organismo adquiera un lenguaje de complejidad equivalente o superior al humano pero compatible con Gaia.
- La humanidad evoluciona (mediante mecanismos gaianos, no mediante su propia intervención) hasta cambiar su lenguaje y hacerlo compatible con Gaia.
- La humanidad, llevando el mito de su autocomplacencia tecnológica hasta el extremo, acaba consumiendo toda vida orgánica terrestre, o dicho de otra forma, en su intento de desarrollar su propia tecnología para aproximarla a las cotas de eficiencia de la complejidad orgánica gaiana y reinventar la propia vida (terraformar Marte, por ejemplo), acaba marteformando la Tierra.
- Gaia y la humanidad continúan reproduciendo indefinidamente la dinámica de competición excluyente entre ellos: Gaia se recupera, permitiendo que los humanos vuelvan a crecer sin respetar límites hasta sobrepasar la capacidad de carga (esta vez local, no global, debido a la falta de energía fósil), con el consecuente colapso civilizatorio (local) que a su vez vuelve a permitir la recuperación gaiana (local).
Y ha llegado el momento de preguntarse si este fracaso es realmente algo trágico, o si esa visión trágica es autopercibida y podemos o no remediarla.
Pero, para empezar, ¿tiene sentido atribuir a Gaia un propósito por el simple hecho de que nosotros percibimos que ésta desarrolla un proceso? Para conseguir poner freno a nuestra adicción por desarrollarnos sin límite, ¿realmente necesitamos pensar que Gaia necesita o tiende a desarrollarse sin límites a excepción del pequeño grano en el culo que ha encontrado con nosotros? ¿Por qué esta obsesión por los procesos, el humano o el gaiano, y ver tan trágico que uno de ellos, o los dos, puedan encontrar su fin?
Quizás se deba a la trampa del lenguaje, que nos hace percibir una flecha temporal y necesitar entenderlo todo en términos de causa/efecto. Con más precisión, es gracias al lenguaje o por su culpa, que entendemos que existe algo llamado Termodinámica que impone la irreversibilidad de los sucesos y por tanto la existencia de una flecha temporal [la relación entre las flechas psicológica y termodinámica del tiempo se encuentra exténsamente explorada por Stephen Hawking en el capítulo 9 de su libro "Historia del Tiempo"].
"La ciencia moderna, desde su nacimiento, ha intentado explicar el mundo con dos metáforas diferentes: la visión del mundo como si fuese una máquina y la visión del mundo como si fuese un organismo. [...] Las submetáforas del mundo-máquina son el reduccionismo, el determinismo y la reversibilidad. El reduccionismo es la idea de trocear el mundo en partes, como piezas de un rompecabezas, trabajar con cada una de ellas y luego limitarse a juntar las piezas. El determinismo es la idea que parte de suponer que existen leyes (matemáticas) que determinan el comportamiento del sistema <<reducido>>, es decir, pensar que los sistemas reducidos se comportan de una forma perfectamente determinada y predecible. La reversibilidad es la idea de que las leyes matemáticas en las que el tiempo juega un papel importante son las mismas si el tiempo va del pasado al futuro o a la inversa. La teoría evolutiva clásica encaja como un guante en esta visión del mundo como reloj mecánico. Podemos <<reducir>> el comportamiento de un ser vivo a un sistema de mecanismos bioquímicos, <<determinado>> por la secuencia gen, proteína, interacción con el medio. No hay propósito en estas máquinas. La evolución no tiene ningún propósito. Lo que observamos son mutaciones y evolución aleatoria, <<reversible>>. Es obligado reconocer que la ciencia ha cosechado muchos éxitos con esta visión [...] Newton y su teoría de la gravitación sería el ejemplo clásico de visión mecánica [...]: reducción (la Luna y la Tierra como masas esféricas en interacción), determinismo (predicción exacta del próximo eclipse) y reversibilidad (los planetas podrían perfectamente orbitar al revés y todo sería igual). Las visiones del mundo que refuerza el paradigma mecanicista, en especial la revolución de Darwin, han servido y siguen sirviendo para explicar y justificar comportamientos humanos (sociobiología), políticas extremas (eugenismo) y ciertas visiones de la economía (el capitalismo). En ese sentido sería interesante contrastarlas con una teoría marcadamente organicista como la que aquí se propone." [Carlos de Castro, "Reencontrando a Gaia", pág. 186 y 187].
Pero, ¿realmente necesitamos la irreversibilidad para dotar de sentido y propósito al cosmos? Cuestionar la irreversibilidad (flecha temporal que impone la Termodinámica) no ha de implicar caer en el determinismo, en la reversibilidad y por tanto en la aleatoriedad y el sin sentido del universo (esta sería la base del dogma posmodernista/transhumanista). Parece que necesitemos la irreversibilidad de los procesos para explicar las emergencias no deterministas en sistemas complejos. Pero, ¿por qué pensar que las cosas tienen que transcurrir, ya sea hacia delante o hacia atrás, para tener sentido? ¿Y si los sucesos tanto pasados como futuros coexistieran simultáneamente?
Esta claro que el pasado afecta al futuro (causalidad), pero al menos a nivel cuántico, también una observación hecha en el presente puede afectar a un suceso del pasado. Y si el presente afecta al pasado, ¿podría el futuro afectar al presente?
Por tanto, así como con la coordinación de sus partes, Gaia ha podido superar los límites al crecimiento de su complejidad, nosotros, imaginando la coexistencia entre eventos pasados y futuros, podríamos conseguir superar nuestro mayor límite, nuestra trampa lingüística, y dejar de sufrir por ver que los procesos y la belleza que en ellos percibimos puedan verse truncados trágicamente.
Una obra de teatro, una pieza musical, o la demostración de un teorema matemático, son todo procesos, creados por la herramienta tecnológica que es el lenguaje, que tienen partes que se necesitan unas a otras independientemente de que unas sucedan antes o después. Se ve mejor con una pintura artística: ahí las partes se necesitan unas a otras y las dos dimensiones espaciales del lienzo no suponen un límite para entender esto. Sin embargo, la dimensión temporal, tal y como la percibimos, nos impide imaginar que todo esté conectado también a través de ella sin necesitar para ello una dirección causal.
Es difícil imaginar el alcance de esto. Estoy diciendo por ejemplo que, sin la existencia de cada uno de nosotros, podría no haber ocurrido el Big Bang. No es solo que seamos consecuencia del desarrollo del universo, es que sin nuestro concurso (o el de cualquier ente que sea capaz de cuestionarse la trampa de su lenguaje) no existiría nuestro universo [estas ideas son desarrolladas por Stephen Hawking en su libro "El Gran Diseño"].
Y es que hemos dado por sentado que como el conocimiento científico nos es útil al permitirnos aprovechar los procesos que nos afectan, se le ha de atribuir un carácter universal o de verdad, perdiendo su carácter falsable. El que una teoría científica sea falsable aunque ningún experimento la haya refutado hasta ahora, no nos ayuda a conocer mejor la realidad del universo, tan solo nos ayuda a desenvolvernos mejor en él, pero solo con la seguridad imaginada de que lo conocemos mejor.
Porque el lenguaje y la lógica tan solo y ni más ni menos nos permiten:
- Aproximarnos a fenómenos externos a nuestra propia frontera corporal, fenómenos susceptibles de ser medidos con aparatos de medida externos a nuestro propio cerebro.
- Aproximarnos a fenómenos que suceden dentro de nuestro propio cerebro, fenómenos medibles con herramientas de nuestro propio cerebro.
Según esta definición, no existe ninguna diferencia ontológica entre los "productos" percibidos por nuestra mente a partir de esas dos vías. No podemos decir que los productos de (1) sean más reales que los de (2). Los productos de (1) podrían calificarse de "reales" porque la experiencia de su realidad es compartida por diferentes observadores simultáneos o sucesivos. Pero esto también aplica en el caso (2). Pensar por ejemplo, en un teorema matemático cuya belleza y verdad es contrastada por diferentes observadores. Esa "verdad" sería preexistente a ellos tanto como lo pueda ser que el Big Bang sucedió o que nuestro Sol se formó de la manera que lo hizo.
Por este motivo, tanto la física, las matemáticas, la música, la literatura o el arte en general, la dialéctica, la retórica, e incluso cuando analizamos la realidad a nivel emocional sin llegar a verbalizarlo, todos son productos de la sofisticación de nuestra cultura lingüísticamente adquirida, y son por ello formas de crear realidad. En ese sentido, más que descubrirla, creamos la realidad.
Y esa realidad auto-creada puede hacernos la trampa de creernos invencibles, nos permitió hacerle trampa a Gaia y creer que la deuda contraída nunca habríamos de pagarla. Pero finalmente, nos podría permitir ganarle la batalla al tiempo, ya que ganársela al espacio (exterior) no va a ser posible.
Podemos imaginar que nuestra percepción de que todo tiene un principio, un desarrollo, un declive y un final, es tan solo eso, una percepción, y que la verdadera realidad, solo percibible por nuestra imaginación, es que los sucesos, nuestra vida y todo lo demás, no dejan de existir una vez ya han ocurrido. El pasado pasaría a ser tan solo un nuevo futuro más allá del horizonte marcado por el sentido común.
Podemos imaginar que los sucesos son realidades preexistentes que solo pasan a formar parte de procesos una vez llegan a ser observados. Pero, a su vez, el propio acto de observar, al ser un suceso en sí mismo, que en última instancia no podría ser observado, no podría llegar a ser un proceso, por lo que al observar, al pensar, al imaginar, al usar el lenguaje, podríamos ganarle la batalla al tiempo.
Quiero creer, o quiero soñar, que de alguna manera, nosotros y el resto de posibles seres pensantes de este planeta y de otros, siempre hemos estado ahí, dotando a todo de sentido y realidad.
Pero los sueños ... ya se sabe, sueños son.
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