Friday, February 24, 2023

VIDA CONTEMPLATIVA. Elogio de la inactividad

 

Wassily Kandinsky's "Painting with Houses" from 1909. Wassily Kandinsky/Artists Rights Society (ARS), New York; via Mondex Corporation

 

A continuación viene la transcripción de este video, donde Claudio Álvarez Teran,  realiza un magnífico, y digno de ser transcrito, relevamiento del libro "VIDA CONTEMPLATIVA. Elogio de la inactividad", de Byung-Chul Han.

 

*    *    *

 

'Vida contemplativa' con el subtítulo 'elogio de la inactividad' es un libro del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, publicado en alemán en 2022 y en español en 2023.

En esta obra, Byung-Chul Han, aborda la creciente pérdida de nuestra capacidad de no hacer nada. Absorbidos completamente por la acción y el rendimiento y por lo tanto por una vida completamente explotada, percibimos la vida solo en términos de trabajo y de rendimiento. Interpretamos la inactividad como un problema que debe ser remediado cuanto antes.

Toda la existencia humana está siendo absorbida por la actividad, pero dice Han que no llegamos a entender que la inactividad no implica una incapacidad para la actividad o su rechazo o su mera ausencia, la inactividad tiene su propia lógica, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso la inactividad tiene su propia magia.

La inactividad no es una forma de debilidad ni una falta de algo, es una forma de intensidad diferente que nuestra sociedad no es capaz de percibir. La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana, pero hoy esa perspectiva se ha debilitado hasta ser considerada una forma vacía de actividad.

Definir la inactividad por la falta de actividad es un error. En las relaciones de producción capitalistas a la inactividad la llamamos tiempo libre, es decir, un tiempo de descanso del trabajo de tal manera que la encuadramos dentro de la lógica de la actividad. Si la consideramos un derivado del trabajo, la inactividad se entiende como una forma funcional a la producción. Si así fuera, no se trataría en realidad de un tiempo libre, vivo, se trataría de un tiempo muerto. Pero el tiempo verdaderamente libre no pertenece al orden del trabajo y de la producción, por eso a la obligación de trabajar y rendir se le debe contraponer una política de la inactividad que sea capaz de producir un tiempo verdaderamente libre.

Lo que vuelve auténticamente humano al hacer es la cuota de inactividad que hay en él, porque es la inactividad la verdadera forma de lo humano. El callar le da profundidad al habla, sin silencio no hay música, solo ruido, allí donde solo reina el esquema de estímulo/respuesta, problema y solución, propósito y acción, la vida degenera solo en supervivencia. La vida solo recibe su resplandor de la inactividad. Sin la capacidad de la inactividad nos convertimos en máquinas que solo tienen que funcionar.

La acción forma parte de la historia, pero no es una fuerza formadora de cultura. El origen de la cultura no es la guerra, es la fiesta. El origen de la cultura no es el arma, sino el adorno. La cultura no se forma con caminos que van directo a la meta, por el contrario la cultura se forma por digresiones, desvíos y excesos.

Byung-Chul Han recurre a la fiesta del shabat para caracterizar a la fiesta en tanto comunidad. Durante el shabat, toda actividad debe cesar, no se permite seguir ningún negocio. La inactividad y la suspensión de la economía son esenciales para la fiesta del sabbat. El capitalismo en cambio, transforma hasta las fiestas religiosas en un negocio, un evento y un espectáculo. Las fiestas son hoy una forma de consumo, y en cuanto tal, no establecen comunidad. Guy Debord, en 'La sociedad del espectáculo', describe al presente como una época sin fiestas. Dice Debord: "esta época que exhibe ante sí misma su tiempo como si fuera el retorno de una multitud de festividades es una época sin fiestas, y un tiempo sin fiestas es un tiempo sin comunidad".

Hoy se habla de Community, pero eso se trata de una forma mercantil de comunidad. De ella no surge un nosotros, del mismo modo que la comunicación digital es una comunicación sin comunidad.

Junto con el de comunidad, otro rasgo constitutivo de la fiesta es el lujo. El lujo es un 'luxarse', es decir, un salirse, un desviarse de las necesidades de 'la pura vida'. El capitalismo absolutiza la supervivencia, y cuando la vida degenera en supervivencia el lujo desaparece. El trabajo y el rendimiento pertenecen al orden de la supervivencia. En el capitalismo incluso el lujo se consume. Adopta la forma de una mercancía. Nada de eso tiene que ver con la fiesta.

Para Theodor Adorno, el lujo es el símbolo de una felicidad auténtica, malograda por la lógica de la eficiencia y de la funcionalidad. Un tren de alta velocidad es un milagro de eficiencia, pero nada tiene que ver con el extinto esplendor del viaje en tren, el placer de viajar, las despedidas, las ventanas abiertas, las viandas, la sensación de gozar de un privilegio, todo eso ha desaparecido.

La verdadera felicidad surge de lo vano e inútil, lo reconocidamente poco práctico, lo improductivo. La verdadera felicidad surge de lo desmedido y lo superfluo, de las formas y los gestos inútiles que no sirven para nada. El pasear parsimoniosamente, comparado con el caminar o correr hacia algún lugar preciso, es un lujo. El ceremonial de la inactividad es hacer, pero hacer para nada. Este 'para nada', esta libertad respecto a una finalidad o una utilidad es la esencia de la inactividad, y es la forma fundamental de la felicidad.

La espera y la duda son otras dos figuras de la inactividad. Sin la duda, el andar humano se asemeja a una marcha. Como al ala de la mariposa, es la vacilación la que le otorga su encanto. La resolución o el apuro le quitan cualquier gracia. La fiesta se contrapone al trabajo en la medida que se libera por completo del 'para algo', de la finalidad, de la utilidad. El andar liberado del 'para algo', del 'caminar hacia alguna parte', se convierte en danza.

Cuando esperamos algo determinado, esperamos menos, y nos cerramos al acontecer inconsciente. Dice Maurice Blanchot, que la espera empieza cuando ya no hay nada que esperar, ni siquiera el fin de la espera, cuando la espera, no espera nada. La espera es la postura mental de quien está inactivo y contemplativo. La inactividad contemplativa diferencia al pensador del observador, que siempre persigue un objetivo concreto. El pensador no tiene un propósito, carece de un objetivo en mente.

El saber no logra reflejar la vida completamente, porque la vida completamente consciente es una vida muerta. Lo viviente no es transparente para sí mismo. El no saber como una forma de inactividad reaviva la vida.

El librepensador se está extinguiendo. Dado que falta tiempo para pensar, ya no se ponderan los pareceres divergentes, basta con odiarlos. Dice Nietzsche, anticipándose a nuestra realidad más de un siglo, "el libre pensador brilla en la inactividad", pero en ninguna otra época han cotizado más alto los activos y los desosegados, por eso dice Nietzsche que la civilización cae en una nueva barbarie. Nietzsche elevó la ignorancia al núcleo de la vida. Hay que tener voluntad de ignorancia. Sin esa clase de ignorancia la vida misma sería imposible. Es una condición para la cual lo vivo se conserva y crece. No habla Nietzsche de la voluntad de saber, sino de la voluntad de ignorar.

La obligación de actuar y la aceleración de la vida se están revelando como un eficaz medio de dominación. Si hoy ninguna Revolución es posible, quizás sea porque ya no tenemos tiempo para pensar.

Las prácticas rituales en las que la inactividad tiene un papel esencial, nos elevan por encima de 'la pura vida'. El ayuno y el ascetismo, se disocian terminantemente de la vida como supervivencia, de la urgencia y la necesidad de 'la pura vida'. Constituyen, ayuno y acetismo, formas del lujo, y es eso lo que les confiere su carácter festivo, es el reposo contemplativo lo que los destaca. El ayuno ritual renueva la vida. Al reactivar los sentidos, le devuelve a la vida su vivacidad. En cambio, cuando el ayuno se realiza por mandato de la salud, se pone al servicio de la mera supervivencia.

Las inactividades requieren de mucho tiempo. Exigen un rato largo, extenso, una intensa pausa de contemplación. Por esa razón, son raras las inactividades en una época de apuros y urgencias en la que todo se ha tornado de corto plazo, tan de corto aliento. Hoy se impone por todas partes la forma de una vida consumista en la que toda necesidad debe ser satisfecha de inmediato. No tenemos paciencia para una espera en la que algo pueda madurar lentamente. Lo único que cuenta, es el éxito veloz. Las acciones se acortan y se convierten en reacciones, las experiencias se rebajan a vivencias, los sentimientos se empobrecen en las formas de emociones y afectos.

Cada vez soportamos menos el tedio, y por eso perdemos la capacidad de tener experiencias. La inactividad es la condición de posibilidad de la experiencia. Quien está realmente inactivo no se afirma a sí mismo, se desprende de su nombre, se vuelve nadie. Sin nombre ni propósito se entrega entonces a lo que acontece.

Roland Barthes lo expresa en un haiku:


quietamente sentado

sin hacer nada

llega la primavera
y crece la hierba, sola


La inactividad, a la que Barthes llama pereza, produce un efecto de-subjetivizador, des-individualizante. La inactividad te desarma, el sujeto renuncia a sí mismo, se entrega a sí mismo a lo que sucede, cada acción se suspende en un acontecer sin sujeto. Esa sería la auténtica pereza, lograr en determinados momentos ya no tener que decir yo.

Hay que entender que la inactividad y la actividad no son contrarios. La actividad se nutre de la inactividad. Para Walter Benjamin, la inactividad es la partera de lo nuevo. Nos llega el tedio cuando no sabemos qué es lo que esperamos. Que supongamos saberlo, es la expresión de nuestra desorientación. El aburrimiento es el umbral de los grandes hechos. El aburrimiento es la cara visible del acontecimiento inconsciente. Sin él, no sucede nada.

El núcleo de lo nuevo no es la determinación de la acción, sino el acontecimiento inconsciente. La dialéctica de la inactividad la transforma en una zona indeterminada que nos capacita para producir algo que no ha existido nunca todavía. Sin esa zona que crea la dialéctica de la inactividad, sin ese umbral, todo se repite, igual.

Nietzsche reconoce también que los hombres inventivos viven distinto a los hombres activos. Precisan tiempo para que se despliegue su actividad, sin fines ni reglas prefijadas para los ensayos a tientas, cosa que no es posible para los que actúan por utilidad. Los activos creadores se diferencian de los creadores útiles porque hacen, pero hacen, para nada. Es precisamente esa parte de inactividad en la actividad la que facilita que surja algo completamente distinto, que surja algo que aún no existe.

Solo el silencio nos permite decir algo inaudito. La obligación de comunicar todo el tiempo, por el contrario, nos conduce a la reproducción de lo igual, al conformismo. Gilles Deleuze, dice que el problema no es conseguir que la gente se exprese, sino poner a su disposición vacuolas de soledad y de silencio a partir de las cuales poder llegar a tener algo que decir. Actualmente las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos fuerzan a expresarnos. Qué tranquilidad supondría no tener nada que decir, contar con el derecho de no decir nada, porque tal es la condición para que se configure algo raro que merezca la pena ser dicho.

La inactividad es pues el umbral de un hecho inaudito, de un hecho nunca dicho. Cuando la obligación de producir se adueña del lenguaje, el lenguaje se pone en modo trabajo y se degrada a mero portador de información, y a solo ser un medio de comunicación, y el ruido de la comunicación destruye el silencio, que es fundamental en la capacidad contemplativa del lenguaje.

La información es la forma de actividad que adopta el lenguaje. Un lenguaje activo es información, en cambio, es en la poesía donde el lenguaje se pone en modo contemplativo. Allí se desactivan sus funciones comunicativas e informativas, pero nosotros los activos casi no leemos poemas, aturdidos por la información y la comunicación, nos alejamos de la poesía como contemplación, e incluso comenzamos a odiarla.

El capital es actividad en estado puro, es la trascendencia que se apodera de la inmanencia de la vida y la explota por completo. Separa, de la vida, una vida desnuda que funciona. La libre competencia, según Karl Marx, no es otra cosa que la relación del capital consigo mismo, como otro capital. Mientras competimos entre nosotros en libre competencia, el capital se propaga. En ese mecanismo, solo el capital es libre, no los individuos. Los individuos se creen libres, pero son en el fondo órganos reproductores del capital cuya propagación facilitan. Así, de este modo, el exceso neoliberal de libertad y rendimiento no es otra cosa que un exceso de capital.

Byung-Chul Han, realiza una crítica al pensamiento de Hannah Arendt, porque el pensamiento de Arendt se centra en la acción como fuerza consustancial de la condición humana. Para Arendt, la acción hace la historia. Arendt considera al siglo 20 como una época de la acción, en la que el ser humano actúa sobre la naturaleza, sometiendola por completo, pero con un problema: no se pueden prever sus consecuencias. El antropoceno es el resultado del total sometimiento de la naturaleza a la acción humana. La naturaleza pierde toda autonomía y dignidad, y se convierte en un mero apéndice de la historia humana.

El verbo de la historia es actuar, pero según la mirada de Walter Benjamin, la historia humana es un apocalipsis continuo, un apocalipsis sin un acontecimiento inesperado, un apocalipsis como fruto de la continuidad del seguir sucediendo, la continuidad de lo igual. Incluso lo más nuevo resulta ser siempre lo mismo. Igual. Para Benjamin, la solución consiste en la radical interrupción del ahora. Solo la inactividad podría poner coto a la acción humana que dirige a la historia inevitablemente hacia el Apocalipsis.

Años antes de que Hannah planteara su idea sobre la centralidad de la acción en la condición humana, Heidegger, plantea, que al contrario de la acción, que empuja hacia adelante, la meditación, como dimensión de la contemplación, nos conduce de vuelta a donde ya estamos desde siempre. La meditación es una capacidad que no actúa. Supone la pausa como interrupción, como inactividad más allá de toda acción. La meditación inactiva se relaciona con la magia del ahí, un ahí que se encuentra demasiado cerca de nosotros, más cerca que el objeto más cercano.

Heidegger plantea la figura de la espera como superadora de todo rendimiento y de los éxitos que de ello puedan derivarse. Solo en la pausa de la espera, una espera sin propósito, el ser humano advierte aquel espacio en que se encuentra desde siempre. Pero ese 'ahí' no se lo detecta ni con el pensamiento ni con la contemplación. El 'ahí' se manifiesta de manera pre-reflexiva, previamente a dirigir mi atención hacia un objeto ya me encuentro en un mundo determinado. Se trata de lo que va a llamar 'el estado de ánimo'.

'El estado de ánimo', es una disposición afectiva que precede a toda intencionalidad referida a los objetos. No se trata de un estado subjetivo que trasciende al mundo objetivo. El estado de ánimo, es 'el mundo'. Es lo que nos revela el 'ser ahí'. El 'Dasein', como le llama Heidegger. Nosotros no podemos disponer del estado de ánimo, es algo que aparece, no podemos provocarlo voluntariamente. Ocurre. Somos arrojados a él. Por lo tanto, no es la acción la que determina nuestro ser en el mundo, lo que determina a nuestro ser es nuestra condición de ser arrojados. Un estado que precede a toda actividad y que resulta determinante para la acción. Por lo tanto, las acciones y actividades no son totalmente libres y espontáneas.

Lo mismo pasa con el pensamiento, el estado de ánimo le da al pensar una dirección, sin estado de ánimo, sin ese plano pre reflexivo, el pensar no tiene rumbo. Heidegger da por sentado que el pensamiento es un 'pathos', una emoción, un sentimiento, un sufrimiento, por esa razón, dice Han, la Inteligencia Artificial no puede pensar, porque no está capacitada para el 'pathos', la máquina no puede ser alcanzada por el sufrimiento ni el padecimiento. A las máquinas les es ajena toda actividad contemplativa, solo conocen dos estados: encendido y apagado.

La crisis actual consiste en que todo lo que podría darle sentido y orientación a la vida se está derrumbando. La vida ya no se apoya en nada que lo sostenga. La vida nunca fue tan escurridiza, pasajera y mortal como hoy. El corazón humano no puede brindar hoy ningún refugio a la perennidad. Si el corazón es el órgano del recuerdo, en la era digital estamos absolutamente desprovistos de corazón. Almacenamos enormes cantidades de datos, pero sin recordar. Nos apartamos de cualquier forma de 'para siempre'. Rechazamos todas las prácticas que toman mucho tiempo, como la fidelidad, la responsabilidad, la promesa, la confianza, el compromiso.

La vida está gobernada por el corto plazo, por lo provisional e inconstante. El tiempo se descompone en una mera sucesión de puntuales presentes. El tiempo se está volviendo aditivo, y en esa sumatoria, no es posible ninguna narración que pueda detenerlo, dándole la forma de una estructura. El ser humano es un animal que narra, pero hoy nuestra vida no está siendo determinada por un relato vinculante, coercitivo, que nos pueda dar sentido y orientación. Las informaciones poseen un margen de actualidad muy estrecho, nos precipitan en un Frenesí de actualidad. Quizás estemos bien informados, pero carecemos de la orientación que nos da un relato.

Si como dice Nietzsche, la felicidad humana depende de que haya una verdad indiscutible, entonces estamos desprovistos de felicidad, porque las informaciones dominantes son incapaces de construir una narración de verdad.

El ser tiene una dimensión temporal, crece a lo largo del tiempo y lentamente, por eso el cortoplacismo actual desmantela al ser. Las informaciones constituyen el grado absoluto de falta de ser. Hoy han desaparecido las arquitecturas temporales de nuestra vida. Son los rituales y las fiestas, esas arquitecturas temporales desaparecidas, las que colocan andamios al tiempo y le dan estabilidad.

Actualmente el mundo es muy pobre en el plano de los símbolos capaces de fijar ejes temporales estables. Lo simbólico influye de manera inmediata en la percepción, en los niveles emocionales y estéticos, influye sobre nuestro comportamiento y pensamientos. Los símbolos producen cosas comunes que hacen posible el 'nosotros', que dan forma a una sociedad cohesionada. Solo a partir de lo simbólico se construye el sentir compartido, el 'syn-pathos'.

La comunidad es una totalidad que se transmite simbólicamente. El vacío simbólico narrativo de nuestro tiempo conduce a la segmentación de la sociedad. En el vacío simbólico la sociedad se divide en individuos indiferentes ante la carencia de lo asociativo y vinculante.

Platón nos explica en su diálogo 'Simposio' lo que es un símbolo: los humanos eran en su origen seres esféricos, pero como los humanos se volvieron demasiado arrogantes y poderosos, los dioses los dividieron en dos partes. Desde ese momento, cada parte aspira a reunirse con su otra mitad. Ese trozo faltante, en griego, se llama 'symbolon'.

El ser humano en cuanto 'symbolon' anhela una totalidad sana y sanadora. Este anhelo es el amor. Sin el ordenamiento simbólico somos trozos, fragmentos. En el régimen neoliberal del rendimiento no se construye ningún 'nosotros', solo se pretende incrementar la productividad aislando a las personas y entregándolas a una brutal competencia.

Aislamiento y soledad conducen a la falta de ser. Porque 'ser', es 'ser con'. La digitalización desmantela al ser en cuanto 'ser con'. Estar conectado no es lo mismo que estar vinculado. Con la ayuda de la conexión digital hacemos del otro, del tú, un hecho a disposición, lo cual conduce a una soledad primordial. El otro, es un objeto consumible que satisface nuestras necesidades, sin necesidad de una vinculación intensa, por eso es que a pesar de la creciente conexión y conectividad estamos más solos que nunca.

Ante la falta de ser se provoca un exceso de producción. La hiperactividad y la hipercomunicación actuales pueden entenderse como una consecuencia de la falta de ser reinante. Suplantamos la falta de ser con crecimiento material.

El capitalismo se funda en la ilusión de que más capital produce más vida, más capacidad de vivir, pero esa vida es una vida desnuda, solo supervivencia. Ese sentimiento de falta nos impulsa a realizar acciones, y ya hemos visto que quien actúa con determinación, no contempla. El conocimiento de que la felicidad más elevada se debe a la contemplación, se nos ha escurrido entre los dedos.

El trabajo desconecta y aísla a las personas, la absolutización del rendimiento desmantela al ser en cuanto 'ser con'
. La fiesta, por el contrario, crea comunidad, reúne y une. El sentimiento de festividades siempre es un sentimiento de comunidad, un sentimiento de 'nosotros'.

Byung-Chul Han, retoma el tema de la fiesta judía del sabbat. En la fe judía, hay dos conceptos que son sagrados, Dios y shabat. Dios es sabbat. La creación del ser humano no es el último acto de la creación. La creación culmina con el reposo del sabbat. "Al llegar el sabbat llega el reposo, entonces concluyó y fue completada la obra de la creación", reza la Torah. No se trata solo de que el reposo del sabbat sigue a la creación, más bien se trata de que con él la creación llega a su término. El reposo es factor esencial de la creación. Divino es el reposo. La inactividad es divina.

Sin el reposo, el ser humano pierde lo divino, pero Hannah Arendt no piensa lo mismo, dice que en la acción y no en el reposo es donde encontramos satisfacción. Para ella la creación no culmina en el sabbat, sino en la creación de la libertad humana basada en la acción. Para Arendt, no es que antes de la creación no hubiera nada, sino que no había nadie, y la creación de un ser humano como un 'alguien', coincide con la creación de la libertad. Y para Arendt el ser humano se convierte en 'alguien' en la medida que actúa.

En una sociedad de singularidades, en la que todos nos consideramos único, lo que se evoca hoy, es la creatividad y la autenticidad
. La vida activa se manifiesta como vida performativa, y lo nuevo se está reavivando. De lo antiguo, en cambio, se desconfía.

En el régimen neoliberal, la vieja sociedad de masa se transforma en una sociedad del rendimiento. La dominación adopta una forma inteligente y se expresa como una constante exhortación a rendir más, y esta coacción hacia el rendimiento es interpretada desafortunadamente como un aumento de la Libertad.

En el romanticismo, la libertad se desvincula del 'sí mismo'. La libertad no se expresa como énfasis en la acción, sino como pasividad. La acción da paso a la escucha. Ser libre para el romanticismo significa reunirse con la infinitud de la naturaleza y vivir con las cosas de la naturaleza. La idea de libertad del romanticismo se presenta como un correctivo o incluso como un antídoto contra la libertad individual actual. La libertad romántica no se basa en el quererse, sino en el 'ser con', en el 'querer con'.

La romantización del mundo le devuelve a éste su encanto, su magia, su misterio y hasta su dignidad. El momento en que la libertad se torna naturaleza es un instante religioso. La naturaleza le abre los ojos al sujeto, que se cree libre, y lo capacita para la contemplación. Lo auténticamente romántico es el instante en que el sujeto frente a la naturaleza renuncia a su soberanía y rompe a llorar.

Hoy vivimos la era de la permanente auto-producción y auto-escenificación narcisista. La religión pierde su fundamento, puesto que el desprenderse de uno mismo es un acto constitutivo de la experiencia religiosa, y hoy, lejos estamos de ese desprendimiento. La auto-producción, finalmente ha resultado ser más dañina que el ateísmo para la religión.

La crisis actual de la religión, no puede atribuirse simplemente al hecho de que hayamos perdido toda fe en Dios, ni tampoco a que nos hayamos vuelto desconfiados a determinados dogmas religiosos. Esta crisis apunta a que estamos perdiendo cada vez más la capacidad contemplativa. La creciente obligación a producir y comunicar dificulta la pausa contemplativa. La religión requiere de una atención particular. La crisis de la religión es finalmente una crisis de atención.

Quien se produce, quien se exhibe, es incapaz de escuchar y de contemplar
.

El tiempo de la fiesta, es un tiempo detenido, porque transitamos por la fiesta, y solo podemos transitar por algo que está detenido. Quien actúa, en cambio, tiene objetivos y esos objetivos lo llevan a ir hacia algún lado, o aspirar a algo, que son formas del andar. Quien solo actúa no está capacitado para el tránsito festivo que detiene el tiempo. Solo en la inactividad nos percatamos del suelo que pisamos y del espacio que ocupamos.

Cuando la vida se pone en modo contemplativo vuelve a montarse sobre su secreta razón de ser.
 

 

 

ORDEN EN EL CAOS

 

Stalker, 1979, film by Andrei Tarkovsky

 

Para Lars von Trier la Naturaleza es 'el templo de Satán' ... muy poco Tao para mi gusto .. no hay oscuridad sin luz, una se interpenetra en la otra, el sucumbir a nuestra fragilidad frente a las fuerzas incontrolables de la Naturaleza está en el germen del arte, así como lo está del mismo modo el hecho de sentir la fuerza de la comunión con el todo fluido ..

Aquí explican que Lars von Trier fue muy influenciado por otro gran autor de cine, Andréi Tarkovsky, y que ambos comparten una invocación obsesiva a la Naturaleza en sus películas. Pero, mientras que para Lars, nuestras identidades son despreciables ante el poder abrumador de la Naturaleza o, en todo caso, ella se ríe de nosotros con crueldad cuando osamos tratar de penetrar en sus secretos, para Tarkovsky, nuestra relación rota con la Naturaleza es absolutamente reconciliable. Y de eso va su cine, un intento por medio del único medio posible, el arte, de transitar espiritualmente hacia una reconciliación con el todo fluido.




Gaia es un proceso fluido (no estático, alejado del equilibrio termodinámico) que se reproduce como las muñecas rusas (como un fractal), maximizando el reparto energético a nivel local, o dicho de otro modo, maximizando la entropía a nivel local. La consecuencia de esto es que la vida, al contribuir a la entropía y al caos, en cada uno de sus movimientos, se asegura el máximo de posibilidades de órdenes disponibles para la siguiente iteración del movimiento. Y como nos sugiere Bohm, se trata de un holo-movimiento. El holo-grama, del mismo modo que el fractal, despliega el todo a partir de la parte.

Entonces, como nos enseña la Teoría de Gaia Orgánica, el imperativo entrópico es seguido por la vida maximizando los intercambios y el reparto energético, pero al mismo tiempo, Bohm nos muestra que hay otro imperativo que lleva a la reproducción de la consciencia cósmica desde cada partícula (protoconsciencia) y que eventualmente desemboca en la aparición de la vida y, a la larga, en la aparición de seres auto-conscientes.

En realidad ambos son el mismo imperativo, puesto que en cada intercambio energético orgánico, hay procesamiento de información, por lo que una maximización del reparto energético coincide a la larga con una optimización de la organización informativa, una optimización en el desarrollo de órdenes sutiles, que es lo que al final lleva al despliegue de consciencias en el orden explicado, pero realizado 'desde' una consciencia global u orden implicado. A la partícula desplegada desde el orden implicado le mueve el imperativo de 'llegar a verse', de 'llegar a ser', pero es un 'llegar a ser con', porque lo que hay que 'llegar a ver' es que lo desplegado en realidad sigue intrínsicamente entrelazado con el orden implicado, con el todo fluido.

Tiene sentido, porque la entropía significa máxima variabilidad, ruido, aleatoriedad o caos, lo que equivale a tener una información disponible máxima, en el sentido de que tendremos máximas posibilidades de entresacar de ahí órdenes diversos. Pero al mismo tiempo, un orden hallado es efímero, es fluido, lo que hoy es relevante, mañana dejará de serlo, y es esa fluidez y flexibilidad, articuladas desde el imperativo de 'llegar a ser con', lo que lleva a evolucionar hacia ese fin.

Por eso Tarkovsky elige como escenario el caos total (que deja tras de sí la apisonadora humana) para buscar sus órdenes fluidos, porque es en el caos donde mejor se puede hacer esto.




Todas las estructuras humanas tratan de erguirse a partir de un orden racional en oposición al orden fluido impuesto por la entropía. Y en cuanto nuestras estructuras claudican, el orden de la entropía supura a partir del orden humano racional que se desdibuja. En cuanto nuestros rígidos órdenes humanos son abandonados y la entropía empieza a desdibujarlos, emerge de ellos el fluir natural orgánico. La Naturaleza siempre aprovecha los espacios con muchas oportunidades, los espacios entrópicos. No hay ruptura, es una transición bien planificada. El viejo orden abandonado, antes que desaparecer con su identidad estática, se redime en su abrazo con la Naturaleza y continua existiendo, transmutado, entrelazado, fluido.




Tarkovsky intuye que el orden fluido que ve emergiendo del caos y la destrucción tiene mucho que ver con el orden fluido que se observa en la Naturaleza y que emerge del mejor reparto energético (entropía) en el fractal orgánico gaiano: la Naturaleza consigue hacer orden gracias a las oportunidades del caos, los humanos creamos un nuevo caos al intentar imponer nuestro orden imaginado por encima del orden natural, y Tarkovsky entresaca un nuevo orden de nuestro caos que se parece mucho al primer orden fluido que se observaba en la Naturaleza, consiguiendo cerrar así el círculo.





Y el círculo es en realidad espiral, porque en su movimiento el dolor del mundo va en aumento. No hay reparación, porque el círculo sigue en movimiento, pero hay contemplación y por tanto paz.




Así es como imagino yo que Tarkovsky consigue a través de su arte reconciliar la barbarie y precariedad humanas con la Madre Naturaleza. Así es como consigue de manera magistral que la Naturaleza nos dé consuelo y cobijo espiritual aún cuando no podamos librarnos del dolor y el sacrificio consecuencia de nuestro eterno conflicto con ella. El arte aquí no viene a corregir o a reparar la destrucción ni la barbarie, que emanan en primer lugar de la propia Naturaleza que nos dio forma. Más bien tiene el efecto balsámico de la visión de un orden más profundo, donde el bien y el mal ya no se enfrentan, donde lo extraviado tras la pérdida sigue estando ahí, en el todo fluido.

Seguramente Tarkovsky nunca oyó hablar acerca de la obra de Bohm ni de la Teoría de Gaia Orgánica, aún así, creo que lo entrelazado en este texto de ambas con su arte le resultaría familiar ... o no, y tan solo apreciara un intento de hacer arte, a partir de su arte.

Como Grenouille, en 'El perfume', con la acción artística, solo tratamos de atrapar parte de la esencia del 'estado de ánimo' que nos lleva a hacer arte, pero ese 'estado de ánimo' pre-cognitivo, previo a la acción, se nos escurre entre los dedos mientras tratamos de retenerlo por medio de todo tipo de condicionamientos.

 

Andrei ¿Tú qué preferirías? ¿un niño o una niña?

Que sus sueños se hagan realidad. Que puedan creer en ellos.

Y que puedan reírse de sus propias pasiones. Y, sobre todo, que crean en sí mismos ...

... y que sean inocentes como los niños ... porque la debilidad es poder, y la fuerza no es nada.

Cuando el hombre nace, es débil y flexible. Cuando muere, es fuerte y rígido.

Como un árbol. Mientras crece, es tierno y flexible. Y cuando se seca y endurece, muere.

La rigidez y la fuerza son compañeras de la muerte.

La debilidad y la flexibilidad expresan la frescura de la existencia.

Lo que se vuelve rígido ya no vence.