Tuesday, December 17, 2019

HUELLA DE CARBONO


Uno de los motivos que dificultan la percepción de la envergadura de la crisis energético-climática, además de su carácter sistémico, es el tema de las cifras, su representación y la interpretación de las tendencias. Todo este tema numérico se presta mucho a la manipulación, y tendemos a dejar que el árbol nos haga perder la visión del bosque.

Se dice que la cantidad de CO2 emitido por el ser humano desde el comienzo de la era industrial asciende a 360 mil millones de toneladas. Eso lo leí en la Wikipedia, pero en otra fuente hablaban de en torno a 350 mil millones. Por un lado, parece que esos 10 mil millones de toneladas de diferencia suponga una cantidad digna de enfrascarse en encarnizadas polémicas acerca de si hemos sido más o menos malos con el planeta. Pero creo que lo importante en este caso es entender la escala aproximada del dato, y, sobre todo, poder ubicar ese dato en su contexto sistémico, es decir, no dejar que el árbol nos haga perder la visión del bosque.

Cuando uno hace una búsqueda en google a cerca de un dato concreto sobre el cambio climático encuentra multitud de entradas. Primero aparecen las publicadas por medios con más poder y, por ende, más interés de manipulación, pero al final, el orden aproximado de las cifras no se puede ocultar. Y tampoco se puede evitar que alguien con sentido común y suficiente paciencia ponga las piezas del puzle en su sitio, por muy desordenadas que estén, y sea capaz de acabar visualizando ... el BOSQUE.

Cualquiera con un mínimo de conocimiento entiende que gran parte del CO2 que emitimos es absorbido anualmente por el planeta. Se tiende a pensar en la posibilidad de poder compensar nuestras emisiones a base de plantar árboles, pero ... ¿es esto posible? A groso modo, el 55% de nuestras emisiones de CO2 son absorbidas. ¡Qué bien! ¡Además hay estudios que dicen que esa capacidad se ha incrementado en los últimos años! ¡Estamos salvados! ¡Podemos seguir con nuestro estilo de vida consumista, que nuestro planeta super resiliente puede con todo! Pero el dato importante es que el 45% restante que no se absorbe se acumula en la atmósfera, provocando el exceso de efecto invernadero.

Bien, podemos separar ese 55% de CO2 absorbido, en un 20% que se debe a la masa forestal, y en un 35% que se absorbe en los océanos. La explotación y degradación de los océanos, debida en gran medida a la acidificación causada por esa acumulación excesiva de CO2, unido al aumento de temperatura del agua marina, están mermando su capacidad de absorción. Es la riqueza y diversidad ecológica de los océanos lo que permite absorber CO2, y, aunque el crecimiento puntual desmedido de un alga debido a la falta de competidores en ciertos nichos, pueda provocar un aumento momentáneo de la absorción, al final, la falta de diversidad provocará una disminución de la absorción global.

Luego, como los árboles que hay actualmente sólo consiguen absorber el 20% del CO2 emitido, para pretender absorber a base de plantar árboles ese 45% de emisiones que van a la atmósfera, tendríamos que triplicar como mínimo la cantidad de árboles que hay ahora. Podemos plantar árboles, sí, pero ni siquiera conseguiríamos compensar el ritmo de deforestación actual. O sea que, si conseguimos que ese 20% no baje demasiado, ya vamos bien.

Un español medio emite unas 5 toneladas de CO2 anuales a la atmósfera, luego, para compensar el 45% de sus emisiones que no son absorbidas (2.3 toneladas), y suponiendo, por decir algo, que un árbol fija alrededor de media tonelada de CO2 en toda su vida, ese español tendría que plantar al menos 4 árboles al año. Además, teniendo en cuenta que se pierden unos 15 mil millones de árboles al año y que habitamos el planeta unos 7 mil millones de personas, deberíamos plantar 2 árboles más, para compensar también la deforestación. Es decir, 6 árboles al año en total. Dicho así no parece tan difícil, pero si pensamos en una familia de 4 miembros ya nos salen 24 árboles ... se complica la cosa. Tendremos que pensar en vías complementarias a ésta, si pretendemos reducir nuestra huella.

¿Y cuánto conseguimos reducir la huella de carbono si conseguimos ir en metro o en bici al trabajo de manera permanente? En mi caso, hice el cálculo y resultan 534 kilos de CO2 al año. Eso es en torno a un 10% de mi huella anual media de 5 toneladas como español. No está mal. Pero, teniendo en cuenta que el sector transporte supone el alrededor del 14% de las emisiones totales, eso nos deja un 4% restante que lo podemos atribuir sobre todo, y suponiendo que no viajemos mucho, al transporte de las mercancías que consumimos, y que mayormente no son de origen local. El 4% de 5 toneladas son 200 kilos. Como dato curioso, hace poco escuché que el consumo en España de 2 aguacates a la semana procedentes de Sudamérica, supone una huella de 41 kilos al año de CO2. ¡No nos resultará difícil recomponer nuestra lista de productos semanales importados hasta llegar a los 200 kilos!

Bueno, ya tenemos claro de dónde salen 734 de los 5000 kilos de mi huella anual, pero, ¿qué pasa con los 4266 restantes?

Bien, si observamos la distribución de las emisiones por sectores, vemos que además de transporte, la parte más importante corresponde a electricidad y calor, industria y agricultura y cambios de usos del suelo.

Por un lado, las demandas energéticas de la calefacción y agua caliente duplican a las correspondientes al resto de consumos energéticos del hogar español. Se nos dice que nos pasemos a los leds, y aunque sean caros, y obviando la huella ecológica detrás de la economía de escala extractiva necesaria para su fabricación, podríamos hacerlo. Pero, teniendo en cuenta que ello supondría un ahorro de hasta el 80% en iluminación, y que la iluminación sólo corresponde a un 4.1% del total del consumo energético, vemos que el paso a leds nos hace bajar tan sólo un 3.3% nuestro consumo total. Eso equivale a 50 días al año sin usar agua caliente (factible en verano) y a tan sólo 10 días sin poner la calefacción durante el invierno (para este cálculo se ha descontado de manera aproximada los días que nos ausentamos del hogar).
Por otro lado, sabemos que las emisiones del uso del suelo y de la agricultura son debidas a actividad de la industria agroalimentaria y su explotación ambiental y animal. Y es notable la alta dependencia que este sector tiene de los combustibles fósiles a todos los niveles: fertilizantes, funcionamiento de maquinaria, envasado, transporte, etc.

Con todo, vemos que, si además de no coger coche para ir a trabajar e intentar consumir producto local, reducimos el uso de gas para la calefacción y agua caliente y reducimos el consumo de carne, obtendremos una disminución muy importante de esas 2.3 toneladas de CO2 que emitimos cada español al año y el planeta no puede absorber. El problema es que, tanto sustituir la calefacción y agua caliente a gas por otro sistema con menos huella, como sustituir la carne por vegetales de producción local, es muy caro y sólo al alcance de pocas economías.

Volvamos al tema de la mala interpretación de datos cuando se sacan de contexto, por ejemplo, ¿qué pasa si a uno le cae en las manos un gráfico de las emisiones de CO2 anuales de los países de la zona mediterránea? Pero, ¡si es maravilloso! ¡estamos bajando mucho!

Esta bajada no es producto de políticas ecosocialistas de nuestros gobiernos. Viene de la crisis de la burbuja hipotecaria de 2009. Esto ocurrió porque el sistema crecentista, en un escenario que ya pone límites al crecimiento, deviene por necesidad en un incremento de la polarización del reparto de la riqueza: esto es, sobreacumulación por parte de unos pocos que sólo saben crecer y disminución de la capacidad de consumo por parte de la mayoría que no tiene más remedio que decrecer; y una forma de dar salida a la acumulación y el excedente que esta polarización produce, para evitar el estancamiento, es fomentar el endeudamiento de los pobres, es decir, concederles créditos para que puedan consumir excedente cuando se sabe que no podrán pagar los intereses. Para profundizar en este análisis recomiendo este artículo del sociólogo William I. Robinson (www.alainet.org/es/articulo/185866). En definitiva, lo que vemos es que la tendencia decreciente de emisiones de CO2 en los países mediterráneos continúa pese a que dicen que ya salimos de la crisis. El motivo es que los pobres de Europa, a los que se nos ha encasquetado toda esa deuda, estamos en los países del sur. Los fuertes de Europa nos llaman los PIGS (es.wikipedia.org/wiki/PIGS), y ya no les enriquecemos consumiendo su sobreproducción, por eso emitimos menos CO2, pero seguimos sin embargo enriqueciéndoles pagándoles los intereses de la enorme deuda que nos obligaron a contraer con ellos.

Debido a que ya se ha superado el pico de producción de los combustibles fósiles, y a que la tasa de retorno energético de otras fuentes o sustitutos tiende a disminuir, podemos esperar que la tendencia global de emisiones de CO2 pase a ser decreciente en pocas décadas.

Mientras eso llega, no todos los países han entrado aún en tendencia decreciente. Ahora Estados Unidos sube y Rusia baja, y es curioso observar cómo estos 2 países presentan unas tendencias antagonistas, fruto evidente de su competición histórica en los mismos conflictos de índole energética.

Hay países que empiezan ahora su desarrollo, como Nigeria, y no les podemos negar la posibilidad de que su curva de emisiones crezca un poquito.

Y lo más destacable y alarmante sin duda, es el crecimiento exponencial que algunos países, en especial India y sobre todo China, han experimentado con la globalización y la deslocalización de la producción por parte de las multinacionales occidentales: gran parte de sus emisiones no son otra cosa que las debidas a la producción de lo que consumimos aquí y se manufactura allí.

En fin, curvas que suben y bajan, hasta ahora movidas por las fuerzas del mercado y los límites de la naturaleza. ¿Seremos capaces algún día de moverlas nosotros voluntariamente a nuestro favor?

Cualquiera puede consultar estas curvas en Internet. Yo las he sacado de www.gapminder.org. En este sitio se pueden consultar, representar y descargar infinidad de datos muy interesantes de cara al análisis de nuestra crisis civilizatoria.


Thursday, December 12, 2019

EMPEZAR POR AQUÍ

Año 2020 ... aunque esto viene de lejos, empieza ahora TODO a precipitarse .. a ser todo cada vez más evidente, y ya ni siquiera las enormes fuerzas de desinformación consiguen taparlo: nos enfrentamos a una crisis civilizatoria sin precedentes en nuestra historia.

La humanidad ha provocado lo que está ocurriendo y la humanidad tiene que tratar de mitigarlo, ya no por la necesidad de perpetuarnos, sino para poder vivir con dignidad.

Me gustaría poder vivir minimizando mi impacto sobre los delicados equilibrios que sostienen la vida en la biosfera. Actualmente, todos esos equilibrios están siendo rotos a un ritmo exponencial, y hemos convertido el planeta en una máquina de guerra que cada día está siendo más y más armada.

El decrecimiento, corriente también identificada con el ecologismo libertario o el ecosocialismo, ha entrado en escena para luchar contra el aniquilador que todo individuo llevamos dentro y que a nivel macroscópico llamamos capitalismo. Decrecimiento significa decrecer en nuestra agresión hacia la vida y crecer en calidad de vida, decir adiós al más y más es mejor y decir hola al suficiente y de calidad.

Pero en primera instancia el decrecimiento no es ni una ideología ni una elección, es algo que va a suceder queramos o no, con certeza matemática, debido a una crisis sitémica global que se está articulando en tres ejes fuertemente interrelacionados: (1) inestabilidad económico-social y burbuja de deuda, (2) disponibilidad decreciente de energía y recursos e inestabilidad geopolítica, y (3) colapso climático y ecosistémico. Por tanto, sólo nos queda la opción de enfrentarnos al decrecimiento de manera ordenada y tratando de minimizar el sufrimiento a escala global, de lo contrario el decrecimiento devendrá de manera caótica y terrible, especialmente para la gente más pobre del planeta, que son la mayoría.

Se está llevando a cabo desde el movimiento por el decrecimiento una gran e importantísima tarea de divulgación y pedagogía. Y es que existe aún tantísima ignorancia sobre lo que está ocurriendo y por qué está ocurriendo .. ¡hay que sacar tantísimas cabezas de avestruz de la arena!

Nos falta humildad y valor para admitir que hemos construido nuestro estado de bienestar a costa del futuro de nuestros hijos, y a costa del saqueo a unos pueblos a los que ahora no se les puede negar la posibilidad de crecer. Es algo duro de admitir, pero aún más, es completamente absurdo culpabilizarse por ello: cualquier forma de vida inteligente en el universo podría acabar consumiendo los combustibles fósiles de su planeta para posibilitar un avance tecnológico-industrial. Lo que no tiene perdón es, llegados a este punto, no tener el coraje y la ilusión por afrontar el reto y dar el siguiente paso, ilusión y coraje para despertar del letargo en el que la historia nos ha sumido. Pese a la enorme inercia de la megamáquina que hemos creado, no podemos resignarnos al nihilismo.

Como ocurría en La historia interminable, ante LA NADA que se abre paso, y que se cierne sobre nuestros corazones, sólo nos queda la posibilidad de sondearlos hasta encontrar ese reducto de AMOR que quede en ellos, y a partir de ahí poder catapultar ese amor mediante nuestra capacidad de .. ¡SOÑAR! ¡Utopía frente a Distopía!
Para quien aún no haya tenido el placer de dejar instruirse por l@s grandísim@s erudit@s del decrecimiento os dejo algunos enlaces:

- Entrevista de 15 minutos a Carlos de Castro en la serie "y la cabra tiró al monte" (... el discurso de Carlos, junto con el de Marga Mediavilla, son con los que más de identifico)
https://ylacabratiroalmonte.wordpress.com/2016/07/03/y-la-cabra-tiro-al-monte-2x01-carlosdecastro/

- Video-charla muy cortita de Antonio Turiel cuyo ratio calidad/tiempo de exposición tiende a infinito (muy buen punto de partida para quien vaya con prisas):
https://www.youtube.com/watch?time_continue=2&v=mukpAM7t85A

- Blog de Antonio Turiel (investigador incombustible sobre la crisis de los combustibles):
http://crashoil.blogspot.com/

- Decrecimiento, el documental (imprescindible):

- Artículo de síntesis magistral de Álex Corrons, que a propósito de criticar la falta de coherencia de Unidas Podemos con el ideario decrecentista, sirve de muy buena introducción al tema:
http://crashoil.blogspot.com/2015/10/podemos-frente-al-decrecimiento.html

- Manifiesto "última llamada" (también muy buena síntesis en poco espacio .. y te puedes adherir  al manifiesto):

- Blog de Ferran Puig Vilar (este fue en realidad mi punto de partida, ya que mi motivación inicial era documentarme sobre el cambio climático; él me llevó a todo lo demás):

- Curso sobre límites del crecimiento de Marga Mediavilla (ninguno de los videos del curso tiene desperdicio: expertos en dinámica de sistemas modelizando esta crisis sistémica):


PLACERES EN INVERNADERO

En esta vida hay dos tipos de placeres: los que se alcanzan a través de un sacrificio previo y permanecen, y los que llegan rápido y se esfuman sin más, pero que requieren el pago posterior de un alto precio. A estos últimos los llamaremos inmediatos, para enfatizar la idea del coste en términos de sensación de vacío que queda tras la transacción. Por contra, el placer que permanece, no se busca, y se obtiene a la larga a través del ejercicio desinteresado, una vez se olvida aquello que motivó el comienzo de esa práctica. Este tipo de ejercicio es la vía para el autoconocimiento pleno, la vía para llegar a sondear y acariciar cada rincón de nuestro ser, la vía para amarnos y llegar a amar. El placer inmediato sin embargo, sólo nos conduce a un saqueo constante y necesario para alimentar la llama de la única luz conocida, y en definitiva, nos lleva al odio y a vivir en un miedo constante porque esa llama se extinga. Lo único que es capaz de hacer el ser humano en su vida es buscar alguno de estos dos tipos de placer, y tanto su felicidad como su supervivencia dependerá de lo inteligentemente que administre la consecución de uno u otro tipo.

Es muy sorprendente lo barata que se puede llegar a vender la libertad. Me impresionó mucho comprobarlo durante un espectáculo de aves rapaces. Estaba contemplando unos seres de una belleza y majestuosidad sin parangón, los animales mejor adaptados de todo el planeta para la caza descendían desde la cima de una montaña a la llamada de comida fácil, desplegaban su arte adquirido a través de millones de años de evolución, comían, y después, sencillamente se retiraban a su rincón carcelario a esperar al siguiente espectáculo. Tienen la oportunidad de escapar en cada vuelo, y sin embargo, la vida en libertad es tan dura, a pesar de poseer unas herramientas tan finas, que les compensa con creces permanecer al lado del amo. Es exactamente lo que nos pasa a los humanos en esta sociedad de consumo. Hemos renunciado a nuestra libertad a cambio de comodidad y ya sólo podemos desplegar nuestra gran herramienta llamada inteligencia cuando hay que salir al escenario a actuar.

Los seres humanos han dotado de significado a la palabra libertad durante los más de cien mil años de su existencia, y sólo con la aparición de la agricultura y la propiedad privada durante el neolítico hace nueve mil años empezó a devaluarse este término. Actualmente, los gurús del libre mercado y sus voceros mediáticos asocian con pérdida de libertad todo planteamiento que ponga en peligro su estilo de vida. Su libertad ya sólo se circunscribe a la libertad de seguir actuando como esclavos suicidas.

Ya nadie duda de la realidad del cambio climático, y que éste sea antropogénico, nos da la posibilidad, aunque sea mínima, de revertirlo o minimizarlo. Si el cambio climático no fuera antropogénico estaríamos condenados sin remisión. Sin embargo, tanto los negacionistas de su carácter antropogénico como la mayoría de los que no lo niegan, prefieren asumir con nihilismo nuestra condena irremisible antes que aceptar que la solución pasa por la renuncia a su estilo de vida colmado de placeres inmediatos.

El cambio climático no lo ha provocado la tecnología. Lo ha provocado el hecho de que esa tecnología pueda ser propiedad de unos pocos, y que éstos, la usen para enriquecerse a base de fabricar cosas que la masa no necesita, pero que sí le reporta un placer inmediato. La adicción a ese placer es lo que enriquece a los dueños de los medios de producción, y es ese enriquecimiento y poder lo que a esos dueños les crea adicción. La adicción al placer inmediato, inoculada por el sistema desde que nacemos, es lo que ha provocado la desestabilización de un frágil equilibrio climático que hizo posible el desarrollo de la especie humana. Ahora el clima se dirige hacia un nuevo estado de equilibrio, similar al alcanzado a finales del Paleoceno, hace 56 millones de años, cuando se llegó a un máximo térmico 8 grados por encima de la temperatura actual, el nivel del mar estaba 70 metros más alto y había cocodrilos habitando los árticos. La Tierra tardó alrededor de cien mil años en abandonar ese estado de equilibrio.

Sólo podremos evitar los peores desenlaces de esta mega crisis acabando con el mantra del crecimiento perpetuo. No podemos permitirnos que un país enferme si no crece, y que por evitar que un país enferme se legitime la inacción que nos lleva al abismo. Pero para evitar que la maquinaria de producción de bienestar quebrara en un escenario de decrecimiento, sería inevitable que el Estado la rescatara, es decir, que los ciudadanos la rescatásemos. Y esa contribución económica de todos los ciudadanos a la realización de un modelo de producción sostenible no podría resultarles gratuito a los dueños de los medios productivos. Inevitablemente, un rescate debería pasar por una nacionalización: el Estado podría convertirse en un gran banco, de hecho, en el único banco, un banco que nos pertenecería a todos. Una única medida simple y necesaria para conseguir nacionalizar los medios productivos sería gravando la huella de carbono de su actividad, de manera que esta presión llevara a sus dueños a requerir el rescate público y a desprenderse así de su propiedad. Aunque no es suficiente con legislar, es imprescindible que estos dueños tengan la oportunidad de tomar conciencia y adherirse voluntariamente al proceso de socialización de los medios productivos.

Cualquier debate político que no se enfoque en enfrentar la crisis climática es dramáticamente estéril. Es imposible a todas luces alcanzar el objetivo de cero emisiones, y mucho menos el de emisiones negativas, sin un modelo económico de decrecimiento, y éste no es posible sin la nacionalización de la banca y de los medios productivos. Y cualquier gobierno que no se comprometa firmemente con este objetivo, sencillamente, sólo nos pone palos en las ruedas.

Los gobiernos se ven obligados a incentivar el consumo para maximizar ingresos vía impuestos y poder así pagar los intereses de una deuda impagable y ridiculamente enorme, por lo que ningún gobierno que pretenda seguir pagando esa deuda apoyará nunca posturas decrecentistas, ni siquiera gobiernos de izquierdas. Mientras siga funcionando el sistema de crédito privado las empresas se ven obligadas a crecer para poder pagar los intereses de los préstamos que les concede la banca, y a su vez, los bancos se ven obligados a dar crédito sólo si perciben expectativas de crecimiento por parte de sus prestatarios. También, el proceso multiplicador del crédito privado, retroalimentado por la especulación financiera, genera un excedente de capital ficticio que requiere ser invertido con rentabilidad. Y esta búsqueda constante y competitiva de oportunidades de inversión rentables implica un gasto enorme adicional de energía y recursos cada vez más escasos.

Si no transformamos la megamáquina para adaptarla al escenario de escasez energética creciente, el colapso es inevitable. Y no nos va a salvar la tecnología. Esta ensoñación también viene de la narcotización provocada por nuestro estilo de vida de satisfacción inmediata. La tecnología es imprescindible para transformar la mega-máquina y supone un legado cultural a preservar en la medida de lo posible. Pero pensar que la tecnología puede permitirnos seguir creciendo en un planeta finito es una ingenuidad fruto de la ignorancia de las leyes físicas o una temeridad por parte de quien las conozca. La tecnología ha coronado sus más grandes cimas en lo accesorio, lo banal, y sin embargo ha resultado insuficiente en lo importante: no nos va a salvar la fusión nuclear, sencillamente no está lista y no podemos esperar a que lo esté, el problema lo tenemos ahora. Y aunque estuviera lista, y suponiendo que tuviéramos los recursos para implantarla a gran escala, cosa bastante improbable, la mayor parte de la logística e infraestructuras que soportan nuestra civilización requieren por diseño para su funcionamiento combustibles fósiles, y sencillamente no se puede rediseñar la megamáquina para que funcione sólo con electricidad sin simplificarla y adelgazarla.

Es evidente que el cambio no se puede dejar en manos de nuestros políticos y gestores, y ha de pasar por la reorganización a nivel local y la máxima autogestión posible. Si se dedica el esfuerzo humano a la autosuficiencia y al cuidado de la vida a nivel local, nadie se quedará sin trabajo, todos tendrán algo que aportar, todos trabajaremos menos horas y las trabajadas serán de utilidad patente y por ende gratificantes, tendremos más tiempo para desarrollarnos como seres humanos, para vernos reflejados en los demás y que nos guste lo que vemos. El transporte de mercancías hasta los núcleos de autogestión se reduciría al mínimo: esto es crucial, porque será el transporte la pata del sistema productivista-crecentista que antes se quiebre debido a la crisis energética y climática, y a partir de ahí efecto dominó. También el uso combinado de moneda social, trueque y donación podría minimizar la dependencia de gobiernos centrales.

Las revoluciones comunistas han fracasado en el pasado porque ofrecían a los individuos depauperados una posibilidad de progreso mediante la redistribución de la riqueza. En el fondo se les estaba inoculando la idea del crecimiento que nunca llegaba, provocando frustración. El Papá Estado tenía que salvarles y no lo hizo. Esta revolución tiene que triunfar, porque ofrece a individuos colmados de placeres inmediatos la posibilidad de decrecer, de volver a ser libres y poder mirar con la cabeza bien alta hacia algún futuro. Les ofrece el poder de salvarse de ellos mismos cambiando su estilo de vida. Les ofrece la posibilidad de ser un Estado sin Papá. Si nuestro compromiso por la vida es suficientemente grande podremos independizarnos de nuestro Papá y no fracasar esta vez.

Pero no podemos conformarnos con opciones políticas de izquierda paternalistas, que un día firman manifiestos por el decrecimiento y otro día promulgan la producción en masa del coche eléctrico. En el fondo esta izquierda es la izquierda de identidad confundida que fracasó en el pasado y que sigue existiendo alienada. Creen que el sistema capitalista tiene cura y que se puede domar, pero no entienden que es el crecimiento en sí, independientemente de lo bien que se reparta la riqueza creada, lo que es insostenible.

La peor de las muertes a las que se enfrenta un ser humano es la de hacerlo derrotado. Porque cuando uno está derrotado y esclavizado, en el fondo ya está muerto y siembra muerte. Hay que morir luchando, hay que morir siendo libres, y sólo así, quizás conseguir sobrevivir y sembrar vida. Enfrentar cara a cara y sin escrúpulos los horrores de nuestra realidad, sin negarla, es el primer paso necesario para poder transformarla. No se puede solucionar un problema enorme sin antes conocerlo a fondo. Esto no se va a solucionar sólo con buenas intenciones o buena onda sin hacer una enorme autocrítica sobre nuestro estilo de vida y sobre qué relación tenemos con nosotros mismos y con nuestro entorno. Es normal que la gente apoltronada en el ensimismamiento del placer inmediato niegue el horror al que nos enfrentamos. Pero lo que paraliza a la gente no es la idea de la muerte, que al fin y al cabo se pasa, es la idea de vivir sin sus placeres inmediatos y de instaurarse así en un dolor constante e interminable.

La lucha contra el colapso civilizatorio y la degradación de la biosfera es una lucha contra nosotros mismos, y el ser humano se enfrenta así ante el dilema de evolucionar, de dar el siguiente paso, o desaparecer. El Individuo ya desapareció hace mucho tiempo y ha deambulado junto a hordas de almas en pena durante milenios, lo que está en juego ahora es todo el legado cultural y científico-técnico que hemos conseguido gracias a nuestra autodepredación.

Tenemos que abandonar este purgatorio y regresar a la Tierra, y reconectarnos entre nosotros si queremos de verdad algún día poder alcanzar el Cielo, y no precisamente de la forma que Elon Musk propone, colonizando Marte. Esa es una empresa imposible debido a la desaparición a corto plazo de los combustibles fósiles, pero aunque fuera viable, tampoco evitaría nuestra extinción a largo plazo. La única manera de alcanzar el cielo es que, cuando nos llegue la extinción, hayamos conseguido el equilibrio con nuestro planeta y con nuestros semejantes. Esos semejantes de los que queremos protegernos levantando los muros de la vergüenza: ahora en 2020 Reino Unido se va de Europa para levantar su muro, mientras esta última deja morir en el mar o en campos de concentración a los cada vez más numerosos aspirantes a refugiados de esta crisis sistémica.