Wednesday, January 29, 2020

ASFIXIA Y ADICCIÓN

ASFIXIA: "Quisiera compartir una revelación que he tenido durante mi tiempo aquí. Me di cuenta cuando traté de clasificar su especie ... y me di cuenta de que ustedes no son realmente mamíferos. Todos los mamíferos en este planeta desarrollan un equilibrio con el ambiente que les rodea. Pero ustedes, los humanos, no. Llegan a una zona y se multiplican hasta consumir todos los recursos naturales. Su única manera de sobrevivir ... es esparciéndose a otra zona. Hay otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. ¿Sabe cuál es? El virus. Los seres humanos son una enfermedad. Un cáncer de este planeta. Son una plaga. Y nosotros ... somos la cura. ¿Me oye, Morfeo? Voy a ser sincero con usted. Yo odio este lugar ... este zoológico ... esta prisión ... esta realidad o como usted quiera llamarla. Ya no la aguanto más. Es el olor. Si es que tal cosa existe. Siento que me satura. Puedo saborear su hedor. Y cada vez que lo hago, temo que me haya contagiado. Es repugnante. ¿Verdad? Necesito irme de aquí. Necesito liberarme. Y en su mente está la clave. Mi clave. Cuando Sión sea destruida, ya no tendré que estar aquí. ¿Me entiende? Necesito los códigos. Necesito entrar a Sión ... y usted tiene que decirme cómo."  (The Matrix, 1999)

Vivo atenazado por un miedo y angustia que no me dejan respirar desde que me levanto hasta que me acuesto. En mi trayecto al trabajo evito respirar para no ser envenenado cuando me cruzo con un coche o un fumador, que es constantemente. En el trabajo también evito respirar hondo y acumulo pedos en mi tripa ante la amenaza de que cualquiera en cualquier momento me pida que le desarrolle y venda algo accesorio. Y cuando llego a casa, sufro pensando en mi mierda de vida de yonqui y en lo mucho que sufriría si me desenganchara y tratara de emprender una vida de verdad. Tampoco en casa consigo, pues, relajar mi diafragma.

La vida en la ciudad se reduce a gasear o ser gaseado. Cuando me desplazaba arropado por la burbuja de aislamiento de mi coche no me daba cuenta, no respiraba el humo que yo mismo y los demás autómatas a mi alrededor expelíamos. Pero en cuanto empecé a caminar o ir en bici, sentí, en un principio, la asfixia producida por el hedor de los gases, y al poco, levanté la vista y lo vi, vi lo que hacíamos en la ciudad, vi el enjambre de seres, que como pollos descabezados se desplazaban hasta un punto arbitrario donde tratar de vender o comprar algo a alguien. Eso es lo que hacemos, gasear y ser gaseados en el intento desesperado de seguir vendiendo cosas que nadie necesita realmente para poder así seguir comprando cosas que en realidad no necesitamos.

La vida en la ciudad se reduce a vender y comprar. Me paso la vida en el trabajo esforzándome en hacer creer que lo que vendo es necesario y no accesorio, esforzándome en mantener conversaciones banales y en evitar captar la atención de la gente hacia el hecho tan evidente para mi y tan deliberadamente ignorado por el resto: que todo se está desmoronando. Quisiera gritarles que tenemos que huir, pero no lo hago, el miedo a desprenderme de mis adicciones me lo impide.

Eso lo sé, y aún así sigo actuando de ese modo pensando que es la única forma de poder continuar yendo al supermercado a comprar plástico. Porque soy adicto al plástico. Me apasiona que me vendan comida plastificada y plastificarla yo. También soy adicto a las compras online, que llegan con doble o triple plastificación y envoltura. El contenedor que más frecuento es el de envases, que es el amarillo aunque mucha gente aún no lo sabe, y a pesar de eso a menudo está a reventar y no cabe lo mío. Intento separar mi basura, pero con toda la mierda que compramos resulta un trabajo titánico. Para mi, es basura porque ya no sé darle un uso. Pienso en el enorme recorrido que hacen las mercancías hasta llegar a nuestras manos para después el poco recorrido que tienen en nuestras vidas.

Esto es lo que me han enseñado a hacer, a vender mierda, comprar mierda y tirar mierda, y es lo que yo les estoy enseñando a hacer a mis hijas. No sé hacer nada que atienda a mis necesidades reales o a las de la gente. No sé cultivar mi alimento, ni cómo asegurarme el suministro de agua limpia, no sé construir ni reparar un refugio. No sé cómo conseguir de la Naturaleza lo que necesito sin expoliarla, sin apretar el botón de confirmación de compra de Amazon. Me he pasado la vida aspirando a ganar más dinero para evitar tener que realizar tareas odiosas como fregar los platos, y ahora me doy cuenta de que mi aspiración real es aprender a fregar ajustándome al agua que yo mismo pueda almacenar para tal efecto.

Y procrastinar es la constante en mi vida. Deseo salir de esta cárcel, de esta embriaguez constante, pero pienso que antes tengo que resolver un laberinto enormemente complejo. Busco y pruebo freneticamente todas las combinaciones una tras otra con la esperanza de dar con la clave de acceso a la salida. Y todo son intentos desesperados por poder seguir haciendo lo único que me han enseñado a hacer: pensar, calcular, organizar y cultivar la información en mi torre de marfil virtual.

Pero así como tenemos piernas para correr por el campo y no en la cinta del gimnasio, también tenemos un cerebro para ponerlo a trabajar en nuestras necesidades reales y en las de los que nos rodean, un cerebro para decir ... ¡basta! ... voy a parar, voy a observar mi diafragma y a relajarlo, voy a respirar y a dejar de sufrir por tener miedo a sufrir y voy a empezar a sudar de verdad, voy a apartar la vista del enjambre y voy a mirar al campo ... voy a tocar ... LA TIERRA ¿Lo hacemos?

ADICCIÓN: "¿Sabe qué? Yo sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo llevo a la boca ... Matrix le está diciendo a mi cerebro que es jugoso y que está delicioso. Después de 9 años ... ¿sabe de qué me doy cuenta? La ignorancia es la felicidad ... No quiero acordarme de nada. De nada. ¿Entiende? Y quiero ser rico. Ya sabe, ser alguien importante. Como un actor. Devuelvan mi cuerpo a una planta eléctrica ... reinsértenme en Matrix ... y les daré todo lo que quieran."  (The Matrix, 1999)

Thursday, January 16, 2020

SUFRIMIENTOS EN INVERNADERO

En esta vida hay tres tipos de sufrimiento. En primer lugar está el que se inflige a los expoliados y del que en última instancia somos responsables todos los que tenemos más de lo que nos tocaría si se repartiera con justicia lo que el planeta puede ofrecernos. Es el sufrimiento de los desarrapados, esos que se van por el váter cuando en el primer mundo apretamos el botón de la cisterna, cada vez que vamos al supermercado, al centro comercial o a la gasolinera. Luego, está el sufrimiento del que sufre por estos desarrapados. Y por último, está el sufrimiento que se siente cuando no se sufre por los desarrapados o por el simple hecho de no sufrir por ellos.

Estamos hechos por diseño para cuidar de la gente, eso nos salvó en el pasado y marcó la evolución de nuestra mente, y cuando nos despreocupamos de los demás y sucumbimos a la individualidad que nos inyecta el sistema actual, acabamos alejándonos de nuestra esencia natural y sufriendo. Quien sufre por los demás y por las injusticias no hace otra cosa que reivindicar de manera inconsciente la recuperación de su forma natural de ser y de relacionarse con los demás.

El ser humano es una máquina biológica compleja, probablemente la más compleja del reino animal. Y una gran complejidad en el diseño le ofrece a la máquina la posibilidad de procesar grandes volúmenes de información. La posibilidad de procesar cada vez más información nos dio una oportunidad de adaptación cada vez mayor entrando en una espiral evolutiva hasta llegar al cerebro humano actual que apenas ha variado en arquitectura desde hace 100000 años.

Si los cerebros de las personas de las sociedades forrajeras (cazadoras/recolectoras) o de las primeras sociedades agricultoras hace 12000 años, tenían, como es sabido, la misma capacidad de procesamiento de información que tenemos ahora, cabe esperar que efectivamente, procesaban de hecho un volumen de información parecido al mismo que nosotros procesamos hoy.

Pero, ¿cómo es esto posible? Tendemos a pensar en que ahora disponemos de muchas más fuentes de información derivadas de la complejidad alcanzada por nuestra sociedad y por nuestro edificio de conocimiento científico-cultural, y es cierto, esto supone un volumen de información enorme que nos impregna y condiciona desde que nacemos. Cuando decimos que ha habido un gran cambio psicológico desde las sociedades forrajeras hasta hoy (que se puede resumir en la transición de la antigua identidad relacional, o ligada al grupo, a la identidad subjetiva o individualista actual), no estamos diciendo que el cerebro ha cambiado, lo que ha cambiado es el tipo de información a la que accede el individuo hoy en día desde que nace.

Y es que de la naturaleza (no procesada por el ser humano) en todas sus escalas emana una cantidad de información terriblemente más compleja que la asociada a nuestras construcciones intelectuales. Por ejemplo, una persona puede transmitir sin hablar muchísima información a otra que quiera y sepa recibirla y esté a su lado mirándole a los ojos. Mucha más de la que es capaz de transmitirse a través de un dispositivo electrónico. Estos dispositivos sólo son simuladores de realidad, que sólo sueñan con llegar a rozar algún día un ápice de la complejidad inherente a la realidad no procesada.

Entonces, lo que imagino, es que el ser humano del paleolítico y neolítico temprano, intercambiaba grandes volúmenes de información con el entorno natural y con los seres que le rodeaban. Debía ser información de carácter abstracto y más sensitiva, que no pasaba por el tamiz de la racionalidad. Ahora, a lo largo de los últimos 12000 años, hemos construido un software que, a medida que va siendo instalado desde el día de nuestro nacimiento, nos obliga a racionalizar, organizar y etiquetar casi toda la información perceptiva. Sí, el software que se nos implanta nos hace ser lo que somos: al forrajero le hacía sentir parte indisoluble de un grupo y a nosotros nos hace sentir individuales, terriblemente aislados y nos hace padecer un miedo creciente basado en el hecho de que no sabemos confiar y depender de la gente porque nos enseñaron a depender sólo de un sistema cuya capacidad de atender a nuestras necesidades ya no es creíble.

Precisamente, esta mañana me dirigía a mi trabajo en metro e iba tratando de racionalizar la información de un libro que hablada sobre la pérdida de la identidad relacional, cuando me ha abordado un señor sorprendido de que hubiera alguien con un libro de papel cuando casi todo el mundo permanecía absorto con sus dispositivos electrónicos. El hombre me ha dicho que sentía la necesidad de comunicarse con la gente que le rodeaba. Yo he respondido como un autómata protegiéndome de alguien que manifestaba necesidades tan sanas y no he sabido qué decirle. 

El humano de ahora es, así como lo era el forrajero del paleolítico, una máquina con gran capacidad de empatía y de percepción del entorno y del propio ser, y una gran imaginación y capacidad de creación artística. Pero, ¿significa esto que somos y hemos sido libres en la toma de decisiones y por tanto responsables de haber llegado a la vorágine de sociedad a la que hemos llegado? Y suponiendo que el libre albedrío sea una entelequia, ¿nos impide eso poder aspirar a una vida más gratificante?

Hay quien dice que el libre albedrío no es libre en absoluto y que es un ideal megalomaníaco, que se basa en dos falacias: la primera, que la consciencia es consciente de todo, y por eso puede tomar decisiones libres, y la segunda, que nos podemos independizar libremente de las circunstancias que nos determinan. La consciencia y libertad son dos conceptos que los humanos tendemos a idealizar por propio narcisismo o por autocomplacencia de nuestra individualidad aprendida.

Las personas nos sentimos libres cuando nos resulta fácil tomar una decisión y cuando sus consecuencias nos resultan beneficiosas. Por contra, las decisiones complejas y con opciones igual de atractivas refuerzan la sensación de falta de libertad. Así es, resulta muy fácil darse cuenta de cuál es la mejor manera de hacer el bien común, y la gratificación que se siente al hacerlo bien podría identificarse con la sensación de libertad. Sin embargo, cuando se trata de velar por la acumulación de bienes y seguridad personales, la inseguridad en la toma de decisiones nos asalta constantemente. Por ejemplo, si en una comunidad autogestionada alguien se queda sin vivienda  por accidente, al día siguiente la gente reacciona desinteresadamente reponiéndosela. Desinterés igual a libertad. Por contra, en la realidad enlatada en la que vivimos, creemos que hacemos un uso de nuestra libertad cuando elegimos contratar un plan de pensiones privado pensando en que el sistema público pronto ya no podrá hacerse cargo de nosotros.

Entonces, si sólo podemos sentirnos libres pero no ser realmente libres, puede resultar todo un alivio saber que las fuerzas que nos han llevado a la calamidad que ahora vivimos han quedado fuera de nuestro control, y casi podría reconfortar pensar que es eticamente aceptable seguir sucumbiendo a ellas. Pero, aunque no tengamos demasiado control sobre nuestras vidas, porque no exista un camino óptimo o bueno a seguir por mandato divino, sin duda ejercemos una influencia en nuestro destino y en el de nuestra sociedad sencillamente porque no podemos evitar poner nuestra inteligencia a trabajar para minimizar nuestro sufrimiento, y ésto no se elige.

No podemos elegir el bien, porque no lo conocemos, no se puede definir, nos falta información y siempre nos faltará. Pero tampoco podemos evitar buscar la eliminación del dolor. Y los que estamos en el lado privilegiado podemos elegir por qué sufrir, sufrir por nuestros problemas personales o sufrir por los desarrapados. Si elegimos sufrir por los desarrapados tendremos una posibilidad de paliar nuestro dolor sencillamente mediante la práctica de una vida más justa para todos, de una vida sencilla. Pero si elegimos sufrir por nuestra propia desdicha caeremos sin remisión una y otra vez en la impotencia ante la multiplicidad de elecciones complejas que se nos ofrece falsamente resoluble mediante la entelequia de la libertad. Ese dolor no tiene fin.

En el sistema actual aprendemos que siempre hay una elección buena y otra mala, y que si elegimos la mala es por incompetencia o negligencia en el uso de nuestra libertad, por lo que, si la decisión que tomamos no acaba por satisfacernos, cosa que siempre será así, ya que funcionamos siguiendo el mantra del más y más, terminamos acumulando inseguridad y frustración.

Sufrir ante el sufrimiento de los desarrapados del sistema global actual nos podría así permitir dejar de sufrir por nuestros problemas personales. Y la única forma efectiva de paliar el dolor por los desarrapados sería recuperando una vida basada en el cuidado de las necesidades reales de la gente y en dejarse cuidar por la gente. Sólo recuperando parte de la identidad relacional y simplificando nuestras vidas podremos reconfigurar una sociedad que no esté fundamentada en el expolio y en el sufrimiento de una gran mayoría.

Tenemos que desmontar el mito de la robustez del sistema del mercado global. Su rigidez monolítica se verá quebrada sin duda por el huracán que se avecina. Un sistema modular basado en células comunales lo más autogestionadas posible, donde la toma de decisiones vuelva a estar al alcance de la gente, se presenta por el contrario como una opción mucho más resiliente. ¡El ser individual que acepta el statu quo se está quebrando y doblegando ante lo que ya está llegando, pero el ser relacional y comunal se doblará (no doblegará) con flexibilidad ante la adversidad!

"Primavera. 1877. El tiempo más largo que he permanecido en un solo lugar desde que salí de la granja a los 17 años. Hay tantas cosas aquí que nunca llegaré a entender. Nunca he ido mucho a la iglesia... y lo que he visto en el campo de batalla... me ha llevado a cuestionarme el plan divino. Pero es innegable que existe algo espiritual en este lugar. Y aunque no sé si llegaré alguna vez a comprenderlo claramente... no puedo ignorar su poder. Lo que sé es que es aquí donde he podido conciliar un sueño tranquilo por primera vez en muchos años." (El Último Samurai, 2003)