Thursday, June 17, 2021

LA SOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

 

 

"Desde el Neolítico, el crecimiento de la dependencia tecnológica ha sido constante; es la cultura material de la civilización. Tal como puntualizaron Horkheimer y Adorno, la historia de la civilización es la historia de la renuncia. Uno obtiene menos de lo que aporta. Este es el fraude de la tecnocultura, y el eje oculto de la domesticación: el creciente empobrecimiento del yo, de la sociedad y de la Tierra. Mientras tanto, los súbditos modernos confían en que la promesa de todavía más modernidad, de alguna manera curará las heridas que los afligen.
Un rasgo definidor del mundo actual es que lleva el desastre incorporado, un desastre que ahora se manifiesta diariamente. Pero, al menos en el Primer Mundo, se puede decir que la crisis que afronta la biosfera es menos evidente y absorbente que la alienación, la desesperación y la restricción diarias en un rutinario panel de control sin sentido."
[John Zerzan, "El crepúsculo de las máquinas", 2016]

El ser humano es el resultado de un camino evolutivo que definió unas tendencias que parecen apuntar hacia la eliminación total de todo lo genuinamente natural que pueda encontrase tanto en su interior como en el entorno que le rodea. Su capacidad para domesticar la realidad al observarla, su tendencia a la re-presentación, con la consiguiente pérdida de presencia, su ingenio para el desarrollo de herramientas, tanto físicas como mentales, todo ello, aunque no le impidió vivir en feliz equilibrio con lo natural durante decenas de miles de años, condujo a un punto de inflexión durante el Neolítico, apareciendo la domesticación de plantas, animales y personas, la división y especialización del trabajo con la consecuente pérdida de independencia para el individuo y los grupos humanos, y la necesidad de acumulación y dominación crecientes.

Al principio, la relativa poca extensión del tejido canceroso en comparación con la inmensidad natural, permitía poder soñar e incluso materializar la posibilidad de escapar y recuperar la libertad, pero, a medida que la estandarización y la masificación fueron llenándolo todo, a medida que nuestro conocimiento del arte de triturar naturaleza se perfeccionaba y a medida que cada vez éramos más y más para poder hacerlo más y mejor, se ha ido consumiendo esa esperanza de poder recuperar nuestro Ser o de tan solo conocerlo.

El hueco que deja en nuestro interior ese Ser que nunca conocimos, ese vacío, que intuimos pudo haber sido ocupado en algún remoto momento por algo, no puede ser mirado directamente, su visión directa es insoportable, y esa insoportabilidad es lo que hace sospechar que lo que un día ocupó ese hueco debió ser realmente importante. Recordando el título de la novela de Milan Kundera, debió ser importante y sobre todo pesado, a juzgar por lo livianos, etéreos y desarraigados que nos sentimos sin ello. Pero debido a lo insoportable que resulta sentir esa levedad, esa falta de peso esencial, este supra-organismo al que llamamos civilización y al que transferimos nuestro telos (fin o propósito), ha desarrollado multitud de formas para hacer que podamos soportar la ausencia del Ser, para hacernos SOPORTABLE LA LEVEDAD DEL SER.

Hoy he leído en un artículo (una vez más) que ".. Se necesitan 5 planetas tierra si la humanidad aspira al consumismo de un estadounidense promedio, pero si la aspiración de vida fuera la de una persona indígena, estaríamos dentro de los límites planetarios." Lo que yo creo es que esa cuenta que lleva a pensar que ocho mil millones de humanos comportándose como indígenas permitiría la sostenibilidad de la vida en la Tierra, no es más que una mera suma que descuenta la complejidad del metabolismo sistémico. Aún consiguiendo convencer a cada uno de los componentes de la masa de termitas de un termitero de que dejaran de trabajar para el termitero y empezaran a ocuparse de sus propios asuntos, si no se pusiera tierra de por medio suficiente entre termita y termita, la tendencia natural del sistema sería volver a reconfigurarse en un super-organismo, e inevitablemente, los individuos acabarían tornándose partes de un todo nuevamente, volviendo a transferir su telos al termitero.

Desde esa óptica, se concluye que la única forma de que el ser humano recupere el equilibrio con la biosfera es menguando su población muchísimo. Dicho de otro modo, vamos a seguir tensando el arco y deteriorando nuestra base de sustento hasta tal punto que, antes de alcanzar un nuevo equilibrio, el sistema va a responder con un colapso muy profundo en el que el descenso poblacional brusco será inevitable. No solo es que morirá mucha gente ya adulta, sino que durante generaciones dejará de nacer mucha gente o la esperanza de vida se acortará o aumentará la mortalidad infantil, etc. Colapso, entendido como disminución de complejidad de la red, implica un aumento de dispersión entre sus nodos que posibilite la pérdida de interacción entre los mismos. Pero al ser imposible esa dispersión, por la falta de espacio físico, solo cabe la disminución del número de nodos.

Esa naturaleza humana primigenia, que el progreso ha ido borrando, ha sido reivindicada con vehemencia por John Zerzan, uno de los filósofos más relevantes representante del anarquismo primitivista contemporáneo (lo de ser famoso en este campo, no sé si es porque es brillante o porque está él solo). Pese a que grandes partes de su discurso me parecen muy valiosas y oportunas, la radicalidad no brilla por su ausencia, hasta el punto que le lleva a imaginar al ser humano feliz como uno anterior al mismo lenguaje verbal.

Pensando que toda forma de simbología y representación son la causa primera que lleva a la estandarización conceptual de nuestra mente, a la domesticación y, en definitiva, a la sumisión frente a un sistema demoledor, acaba en parte siendo víctima de ese reduccionismo conceptual que pretende invalidar, acaba cayendo en uno de esos dualismos que tanto aborrece: solo hay presencia o re-presentación, son excluyentes y no hay término medio.

Así, en esa línea, destaca su obsesión con la supuesta especie humana existente hace más de 800 mil años o incluso más de un millón de años atrás, usando esa referencia como justificación de que se pudo ser humanos sin cultura, sin arte, sin lenguaje. Esto es sumamente ridículo, además se contradice, porque al mismo tiempo que desprecia el desarrollo tecnológico por ser la causa que nos desvió del buen camino, se refiere al supuesto dominio tecnológico naval de esos seres de hace 800 mil años como prueba de que eran "humanos" como nosotros, aunque libres de la domesticación tecnológica.

Lo que viene a sugerir es que el lenguaje verbal y las estructuras sociales son algo posterior a la condición humana, es decir, que antes de eso ya había humanos. Pero esto no es correcto desde la biología evolutiva. Cualquier especie biológica, en concreto, la humana, se caracteriza por un genotipo y fenotipo concretos, y los restos más antiguos coincidentes con nuestro genotipo y fenotipo datan de hace no más allá de 150 mil años. Es muy improbable encontrar algo igual a nosotros anterior a esa fecha.

Además, separar el lenguaje verbal y la cultura de la condición humana tampoco se sostiene. El sistema fonador, que nos permite hablar, y por tanto las características morfológicas y cognitivas de las que depende, han ido evolucionando de manera acoplada con el desarrollo de la complejidad social y cultural de las comunidades pre-humanas. Es decir, el afianzamiento cultural y social exigía la consolidación del lenguaje, y viceversa, una lenguaje cada vez más sofisticado permitía sociedades mejor articuladas, cohesionadas y resilientes. La realimentación positiva entre desarrollo socio-cultural y desarrollo del sistema fonador pudo continuar hasta la aparición de la simbología y la domesticación, tan temidas por Zerzan, porque ese hecho no supuso ninguna traba a nuestra supervivencia sino más bien muy al contrario.

Con cada incorporación morfológica nueva al sistema fonador en el genoma del homínido, éste se iba acercando más y más al humano de hace 150 mil años, el que era como nosotros ahora, el que ya hablaba perfectamente.

Otro tema recurrente en el discurso de Zerzan es la crítica que hace al efecto homogeneizador y estandarizador que la cultura tecno-industrial ejerce sobre la diversidad inherente a la naturaleza humana. Pero, en mi opinión, las pequeñas diferencias de comportamiento exhibidas en el núcleo de las sociedades primigenias fueron un factor decisivo a la hora de dar el salto a la domesticación. Hay una analogía muy buena en el campo de la cosmología: las pequeñísimas irregularidades existentes en el momento inmediatamente posterior al Big Bang, posibilitaron después, a medida que la expansión avanzaba, la formación de cúmulos gaseosos, estrellas, galaxias, átomos pesados, y en definitiva, nosotros.

Y eso mismo sucedió con la evolución de las sociedades humanas. Esas pequeñas diferencias de individuo a individuo, de un grupo a otro, dieron lugar a la cristalización posterior de estructuras culturales y tecnologías más complejas. Es por tanto, esa diversidad primigenia, que la civilización moderna se encarga de aplanar, la que prolifera sin censura en la sociedad primitiva hasta dar lugar a la civilización.

En definitiva, parece que para Zerzan, la aparición de la domesticación, origen de nuestra propia autodestrucción, sea un hecho fruto de un desafortunado cúmulo de desgraciadas circunstancias ajenas a la propia naturaleza humana. Necesita discriminar entre lo humano y la cultura, creando un vacío sin sentido entre ambos, rompiendo un necesario continuo, ignorando la realimentación positiva mutua como motor del desarrollo acoplado de ambas.

Su obstinación al verlo de ese modo solo puede entenderse como una necesidad imperiosa de contestar a una realidad actual absolutamente desquiciante. Necesita que la salida que propone de ruptura total con la civilización sea a su vez la solución al dilema. No se conforma con el mero alivio de contestar a la barbarie, además necesita que esa respuesta sea efectiva de cara a la recuperación de un añorado y supuesto estado estacionario de felicidad humana.

Para librarnos del control, propone su propio mecanismo de control, aunque este consista en desnudarnos y adentrarnos en el bosque. Y yo lo haría, solo para aliviar la asfixia (o levedad) que siento, pero no pretendiendo que los demás me sigan, ni mucho menos pensando que al hacerlo en masa íbamos a mejorar en algo nuestra condición colectiva.

Pero esta actitud mía, enseguida sería calificada por Zerzan como posmodernista o nihilista, una actitud fruto de la visión de que nada sirve porque TODO cabe, y, al mismo tiempo, solo nos cabe como especie la respuesta mecánica a estímulos.

En conclusión, y al margen de estas objeciones, recomiendo la lectura de Zerzan, no dejará indiferente a todo aquel que quiera que la levedad de su Ser se torne de nuevo insoportable.
 


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