Umair Haque es un escritor economista, enmarcado dentro del abultado grupo de nuevos pensadores influyentes. Cada vez más de moda, tratan de dar respuesta a la creciente sensación de ansiedad e incertidumbre ante el recrudecimiento de la crisis sistémica en curso de nuestra civilización industrial global. Su principal atractivo es que despliega esta crítica sin terminar de abandonar el imaginario del progreso. Ese imaginario afecta por igual a rusos, chinos o americanos, pero cada cual cree que está en posesión de su correcta interpretación.
En este artículo nos dice que occidente, aunque malos, extractivos y otrora crueles saqueadores, hemos tenido a bien traer al mundo el avance de la democracia liberal con su progreso, el cual él ve como paso previo ineludible para llegar a cualquier punto posterior de mejoría. Mientras tanto, oriente, en especial Rusia y China, quieren dar un paso atrás y erradicar la democracia para terminar de enquistar el mal rumbo del progreso que nos aleja más y más de Gaia y, por ende, de nuestra propia supervivencia. Es decir, para él, el rumbo de progreso marcado por occidente, aunque malo, tiene la capacidad de mejorar, mientras que el otro, el de los malos malotes, no. El futuro para él no pinta bien a medio plazo: opina que nos espera un tiempo de guerra y miseria, pero que después de eso, la democracia finalmente prevalecerá y emergerá mágicamente un mundo de tecnología punta que nos permitirá conjugar los sueños de inmortalidad heredados de nuestra era infantil de la energía fósil con la economía circular que necesita Gaia de nosotros para poder albergarnos.
Lo reconozco, esta es una frase desafortunada que no le hace justicia al artículo:
"Estamos entrando en una era en la que tenemos enemigos serios y reales, tienen armas nucleares y son abiertamente agresivos con nuestros valores, orden e ideales. No quieren democracia, libertad, verdad, paz. Quieren guerra, poder y dominación."
Aún así, creo necesario hacerle a Umair una de mis disecciones, que como sabéis, siempre hago para diseccionarme a mí mismo, porque lo que le pasa a Umair, en el fondo, nos pasa a muchos que hemos vivido arropados por las comodidades de la tecnología del apogeo industrial y que ahora nos damos cuenta de su estrepitoso declive.
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El discurso desplegado en el artículo y en general en el pensamiento de Umair carece de verdadera crítica al sistema industrial crecentista. Básicamente, su perorata parte de la errónea tesis de que el planeta permitirá el crecimiento industrial ad eternum, mientras venga de la mano de las democracias liberales, para lo cual, claro, tenemos que eliminar a los enemigos dictadores que no saben crecer bien y destruyen. Claro, occidente sí puede aprender a crecer y desarrollarse bien, sin destruir ni nada ... solo tiene que abandonar la energía fósil e invertir lo suficiente en la tecnología punta adecuada (renovables, digitalización y todo eso) para alcanzar un nivel que nos permita vivir con las mismas comodidades que hasta ahora pero sin dañar al planeta.
La ironía es que su solución para derrocar al dictador de turno se intersecta con parte del ideario decrecentista: deshacer el mercado global y relocalizar las economías. Como si fuera algo que ya no nos viniera impuesto por el pico del petróleo y especialmente por el del diésel. Claro, que tampoco se plantea que al relocalizarse esas economías tengan que centrarse en lo imprescindible para reproducir la vida. No, él entiende que hay que relocalizar para poder fabricar móviles de alta gama en casa, que lo de centrarse solo en reproducir la vida tendrá que esperar, porque no es viable desengancharnos de tanta cosa así de repente. Y, por descontado, no hay problema, porque si sustituimos el diésel por hidrógeno producido con los excedentes de los molinillos, aunque se pierda el 90% de la energía entrante en el proceso, pues podemos seguir como si nada reproduciendo el esquema industrial, o sea, reproduciendo el capital, pero esta vez de manera local.
En fin, este señor tiene graves disonancias cognitivas, ojo, como yo e igual que muchos que vamos dando lecciones por ahí. Por un lado, intuye inminente, o ya en curso, el decrecimiento, pero se niega a asumir un nuevo marco de valores resonantes con ese decrecimiento. Apuesta por extender, propagar y afianzar los viejos valores liberales, anclados en el mito del progreso y el crecimiento material. Hay que extender los buenos valores liberales allá donde hay ahora dictadores, con la esperanza, entiendo, de que algún día se recupere la senda del bienestar crecentista a nivel global.
Para mi eso es claramente apostar por el colapso abrupto, en lugar de por decrecimiento ordenado. Es decir, el problema de este señor es que no entiende aún que el proceso de decrecimiento o colapso en curso es irreversible y que el objetivo, si es que queremos sobrevivir a este proceso, debería ser tratar de descomplejizar nuestra civilización sin erosionar mucho más la capacidad de carga de la biosfera. Él proclama que nuestra crisis solo es culpa de algunos ineptos y de los malos malotes del planeta, y que, una vez logremos deshacernos de ellos, todo volverá a ser próspero y que podremos seguir complejizándonos, hasta alcanzar la singularidad tecnológica imagino ... ¿Transcendence? (ver Nota larga).
Visión pueril, pero me temo, la visión generalizada de la mediocracia occidental, y de la oriental también claro, aunque allí vean que los malos malotes están en occidente.
La disonancia cognitiva es un mal que padecemos en el primer mundo aquellos que hemos llegado a VER el colapso en curso. En Umair es muy notoria esta disonancia y se expresa muy bien en la última parte del artículo. Por un lado entiende que el objetivo de la humanidad ha de ser encontrar su lugar armónico dentro de Gaia, y su convencimiento (¿FE?) de que algún día lo conseguiremos le llena de esperanza y júbilo. Por otro lado, las medidas que propone para lograr eso son más de lo mismo que nos lleva al abismo: mercantilizar nuestra relación con Gaia otorgándole una renta (básicamente que cueste más dinero esquilmarla), humanizándola dándole derechos, todo ello a partir de una complejización mayor y refuerzo de las viejas instituciones y marcos democráticos, y, por supuesto, mucha ingeniería, innovación tecnológica para conseguir seguir teniendo una vida llena de comodidades, bienestar y control tecnológico pero esta vez sin hacer daño a Gaia, todo renovable, sostenible super guai de la muerte, en definitiva, una visión tristemente antropocéntrica que en realidad no rompe con nada ni supone un cambio de valores real, y cuyo fallo viene del hecho de no entender que el verdadero cambio pasa por renunciar a mucho del control, bienestar y placer que nos ha dado tanta tecnología, de no entender que este proceso de crisis nos llevará necesariamente a un estado tecnológico de muchísima menos complejidad.
Para aspirar a una tecnología que permita mantener bajo control nuestra simbiosis con Gaia, hay que renunciar a una tecnología que permita controlar células madre o controlar el desarrollo del cáncer y del envejecimiento. Esto es lo que no entiende este señor. Dicho de otra forma, su cosmovisión es netamente tecnolófila. Es el verdadero mal generalizado de nuestros días: la tecnolofilia. El miedo a renunciar al control al que estamos acostumbrados, que nos impide poder por fin alcanzar el control que de verdad necesitamos.
Ese control al que tanto nos aferramos, el control ingenieril, es el control que permiten nuestras máquinas físicas, un control que es resultado final del ejercicio de nuestra mayor tecnología, el lenguaje, la inteligencia, la cultura, la capacidad de construir realidades imaginadas que derivó en esa inercia histórica dando forma a la megamáquina civilizatoria. El control que hemos de recuperar o encontrar ahora también se deberá basar en nuestra verdadera y más importante tecnología, nuestro lenguaje, pero será un control que ya no se manifestará a penas a través de grandes construcciones materiales o institucionales, puesto que estas construcciones basan su existencia necesariamente en relaciones de poder. Tendremos que aprender a usar nuestro lenguaje e inteligencia para afianzar las relaciones simbióticas con Gaia. De igual a igual. Superar el "humano frente a Gaia", el "hombre frente a la mujer", el "ciudadano frente al Estado", el "obrero frente al patrón".
Dentro de un ecosistema hay jerarquías, y jerarquías dentro de jerarquías, y mucha simbiosis y coordinación, y sí, también relaciones de poder. Pero solo una inteligencia como la humana puede aspirar a comprender cómo todo se conecta y realimenta, y que no hay ganadores o perdedores. Que en nuestro caso, no se trata de ganar ni de sobrevivir, sino de sentirse parte del todo. La condena y la virtud de la inteligencia es esa: no podemos simplemente SER parte del todo, sobreviviendo y ganando, o muriendo y perdiendo, porque por ese camino acabamos consumiéndolo todo, hasta a nosotros mismos. Estamos destinados a llegar a SENTIR que somos parte de ese todo. Nuestro destino pues, es trabajar ese sentimiento. Nuestro esfuerzo cognitivo debe ir en la línea de asegurar la comprensión de cómo funciona la red de vida y el papel que jugamos en ella. Nuestra capacidad de control debe enfocarse en reforzar ese conocimiento. Y será un conocimiento holístico. Deberemos abandonar nuestra tendencia a resolver problemas concretos y el prejuicio reduccionista que lleva a pensar que el problema global se soluciona agregando las soluciones de problemas menores.
Dicho de otro modo, hasta ahora hemos enfocado nuestro esfuerzo cognitivo, nuestra gran capacidad de control, como lo haría cualquier animal sin inteligencia superior: optimizando los flujos de energía y materia de manera que nos reportaran un mayor bienestar material y físico inmediatos, la resolución de cada problema concreto, de cada escollo, nos ha llevado a retos materiales cada vez más enormes, a movilizar flujos de materia y energía cada vez mayores, hasta que se nos fue de las manos. Es lo que habría hecho cualquier animal. No somos especiales por eso. Todos los animales despliegan en menor o mayor medida tecnología para hacer eso, para hacer trampa. ¿Pero llegará finalmente la inteligencia a convertirse en una singularidad y marcar la diferencia? ¿Conseguiremos enfocar nuestra inteligencia en la mera visualización del flujo y no tanto en su control para satisfacer nuestros impulsos animales?
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Nota larga:
En la película Transcendence, tratan la singularidad tecnológica como un medio para sanar, mediante tecnología, todo el daño que ha hecho la tecnología al soporte natural de la vida. El prota de la peli, Johnny Depp, crea una nanotecnología capaz de sincronizarse simbióticamente con la vida y regenerarla. Claro que para dar lugar a algo tan sofisticado, tiene primero que convertirse en un dios y volcar su mente a una supercomputadora. Igualito que como quieren hacer ahora algunos super ricos. Su motivación inicial era ser dios, y justifica su delirio de grandeza argumentando que la única manera de salvar la vida, y por ende al ser humano, es hacer dios al humano. No hace falta haber estudiado mucha ciencia e ingeniería para entender que la única forma de alcanzar una tecnología sostenible ad eternum es hacerla a la imagen y semejanza de la propia vida, que se auto repare, que desarrolle economía circular con tasas de reciclado del 99%. Es obvio que si el objetivo es la sostenibilidad, sería mucho más sensato conservar la vida que queda en el planeta en lugar de seguir masacrándola con el pretexto de que hay que trascender tecnológicamente para reinventar la propia vida. Lo único que explica semejante estupidez e ineficacia de cara a conseguir el objetivo de la sostenibilidad es que el objetivo verdadero del humano tecnolófilo no es la sostenibilidad, sino la búsqueda de poder sin medida. El problema del imaginario del progreso es que nos ha inculcado que tenemos ojos para ver siempre más allá y al final ganarle la carrera al infinito, pero eso es imposible, enfermizo y acabará destruyendo prematuramente a cualquier especie inteligente que no sea capaz de salir de ese enfoque. La inteligencia, para no desaparecer, tendrá que acabar entendiendo que sus ojos están para ver su lugar en la red subyacente de la vida y no para dominar a esa red. Nuestro gran poder no es tanto nuestra capacidad de dominación, sino más bien la capacidad de visualizar de manera amplia y comprender esa interdependencia con la matriz natural. La inteligencia no sirve para evitar esa interdependencia, sino para contemplarla y trascender al hacerlo. Y ni siquiera estamos aquí para preservar la vida, no tenemos una tarea encomendada por los dioses de salvar la vida en la Tierra y propagarla por el Universo. Tan solo estamos aquí para aprender a ver y contemplar, la vida, y también la muerte, la belleza del proceso inmortal.
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