Este texto ha sido escrito para dar apoyo a 'La Atalaya', un precioso proyecto de educación activa y vivencial en la naturaleza, que ahora pretende tener continuidad a través de una campaña de Crowdfunding.
Por raro que parezca, ahí fuera hay gente, cada vez más espero, que son capaces, luchando contra toda esta corriente, de contribuir a la dinamización rural desde una perspectiva tanto emancipadora del sistema dominante como reconciliadora con la matriz natural de vida.
Ojala puedan continuar haciéndolo.
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Los niños en mi ciudad sueñan con llegar a ser ricos, ya sea como deportistas o jugadores de élite, como influencers en las redes, apostando lo suficiente en la ruleta o, en el caso de los más espabilados, aprendiendo de la gente apropiada cómo llegar a ser el depredador más fuerte de la cadena trófica.
Sueñan con ser ricos porque la sociedad del consumo masivo, esta bestia de la reproducción del capital en la que están inmersos, les ha robado el resto de sueños.
Es tabú soñar con cosas que no valgan dinero en este mundo de asfalto, hormigón, acero, motores, humo ... y plástico. Y cada vez es más difícil hacerlo, puesto que la tendencia, auspiciada por el progreso tecnológico, apunta a la posibilidad de llegar a monetizar hasta el último ínfimo halo de energía vital que pueda seguir fluyendo e intercambiándose libremente (sin transacción mercantil) entre nosotros y el resto de la vida orgánica.
"Tu vida no vale nada en sí misma, naces vacío de utilidad", les dice el capital a las niños de mi ciudad .. "solo si te esfuerzas lo suficiente en controlar ese amasijo inútil de emociones con el que naces, y lo enfocas en desarrollar la capacidad de hacer las grandes y verdaderamente valiosas cosas que te proponemos, podrás llegar a ser alguien en la vida".
"Pero eso sí", les advierte la profunda voz de la Megamáquina, "para hacerse a uno mismo y llegar a la cima hay que desoír a toda costa el impulso natural hacia el contacto desinteresado con las estructuras vitales, formar parte de esa canalización y reparto cíclico de energía es primitivo y contrario al progreso, y si firmas el contrato social en exclusiva, solo con nosotros, las herramientas de la civilización del progreso quedarán a tu disposición para que te conviertas en algo, es decir, en una batería de acumulación de energía egocéntrica".
"Para ello tendrás que aprender a discernir cuáles de esas emociones, que te vienen de serie y sin propósito son inútiles, te servirán para poder alcanzar nuestro propósito".
Es ahí cuando comprenden que la ambición, el orgullo, la competitividad y el apego a lo propio, son mejores que el altruismo, la generosidad, la cooperación y el bien común.
En realidad, todas y cada una de las pulsiones y emociones humanas son necesarias en su justa medida y existen porque jugaron un rol fundamental en nuestro desarrollo evolutivo en encaje con los límites ecosistémicos. Solo cuando hemos hallado un propósito (de acumulación) fuera de ese encaje natural, nos hemos visto en la obligación de alentar unas en detrimento de las otras.
El imperio del capital promociona esa idea de que los niños, y sobre todo los adolescentes y jóvenes, no pueden desempeñar tareas o roles útiles para la comunidad, al menos no mientras no puedan ser mercantilizables. Pero eso es así porque apenas hay ya comunidad real dentro de las ciudades modernas. Se trata a los jóvenes como carcasas vacías que solo son en potencia, solo son la promesa de lo que puedan llegar a trepar en el escalafón, y de lo mucho que puedan llegar a producir, o a destacar en los deportes, la música, el arte o el ajedrez. Ante la imposibilidad de formar parte de la comunidad como miembros de pleno derecho durante el tiempo que se están "formando" como tales, se les atiborra en su tiempo de ocio con toneladas de ocio atomizador.
Esa desconexión y aislamiento de la comunidad, esa imposibilidad de desarrollar la identidad relacional para la que genéticamente estamos predispuestos, es un imperativo en una sociedad compuesta por átomos individuales solo conectados a través de una fría red tecnológica de complejidad creciente cuya única virtud reside en la posibilidad que nos ofrece de tratar todo y a todos los que nos rodean como pura mercancía al servicio del único objetivo perfilado en el horizonte: competir por amasar en forma de stock el flujo de la felicidad, mal entendida como un recurso no renovable menguante.
Producción, desarrollo, crecimiento, "hasta el infinito y más allá". Imagina, crea, desarrolla, haz cosas, da igual, lo que sea, pero no te quedes parado observando el flujo, la idea es amasarlo, machacarlo y retorcerlo para seguir con nuestra ilusión de control. Da rienda suelta a la imaginación, y que prevalezca un sistema que se encarga de triturar todo el medio natural para transformarlo en esta mole material inerte e informe, este sumidero de vida y fuente de lamento, donde va a parar todo este delirio desenfrenado de intelectualidad y estética expansivas.
El dogma del crecimiento perpetuo se basa en que el límite de nuestras necesidades (materiales y emocionales) solo lo fija nuestra imaginación, por lo que la capacidad de inventar nuevos bienes y servicios es infinita. Para ello se promete que la ciencia hallará formas de eficiencia milagrosas o fuentes de energía gratuita inagotable, que siempre encontraremos nuevos recursos en el basto universo a nuestro alcance. Pero además de no admitir los límites infranqueables impuestos por la matriz natural de la que formamos parte inseparable, lo que no se admite es que la escasez y la desigualdad no solo son una consecuencia de la extracción y el expolio, sino que son requisitos necesarios para acceder al producto más codiciado de todos los ofrecidos por este sistema: el poder.
Power, que en inglés es potencia pero también energía, la capacidad de control, de dominación, la promesa prometeica de ser dios en el mundo creado por una imaginación que se vende como ilimitada pero que en realidad ha sido mutilada e hipertrofiada al servicio de algo. Ese algo alimenta nuestro ego hasta la extenuación para que seamos sus esclavos.
¿Qué sería de la imaginación infantil si se pudiera desarrollar dejándola fluir con el resto de voces de la sinfonía de la vida? ¿Qué sería de esas almas puras si se les animara a participar como canales necesarios en la transmisión de esa energía a compartir a lo largo y ancho de toda la red de vida? ¿Cómo afectaría a su capacidad productiva saberse un holobionte parte de ese organismo llamado Gaia, que a través de la simbiosis hizo del clima de este planeta algo propicio para ella?
A mí ya me robaron la infancia, y tan solo soy un engranaje productivo de esta Megamáquina a la que alguien olvidó diseñarle el freno. Yo ya no sueño, y sin embargo, aún creo que puedo hacerlo a través de unas mentes infantiles que se les dé la oportunidad de crecer y desarrollarse en la naturaleza sin que se cohíba su capacidad de diálogo con el medio y con su propio interior. Porque la mejor manera de aprender a cuidar lo que es de todos es dejar que cada uno descubra a su manera el camino que lleva a esa relación íntima con lo común. El valor de lo común reside en la diversidad proporcionada por sus partes, y los seres humanos son unos de los pocos animales conscientes que pueden sentir esa comunión.
Cuando era niño mi padre solía pedirme que le sugiriera los números para el definitivo boleto ganador de la lotería. Yo me esforzaba en proyectar todo mi poder mental para acceder mágicamente a los números ganadores, aunque sin ningún éxito. Más tarde, al estudiar estadística, comprendí lo difícil que era acertar. Y más tarde aún, al estudiar suficiente ciencia como para llegar a un callejón sin salida, me di cuenta de lo tremendamente absurdo que era pretender conseguir que la vida humana sobreviviera en el espacio exterior, sin Gaia. Absurdo por técnicamente inviable y también por éticamente indeseable.
Sin embargo, yo, como el 99.9% de la gente, mientras nos aferramos a sueños imposibles, desdeñamos una tras otra la posibilidad real de hacer realidad los sueños que están de verdad a la escala humana, una escala lejana y perdida, de encaje e igualdad con el resto de seres de esta, nuestra única nave espacial a la que llamamos Tierra.
Hoy he invertido un dinero en 'La Atalaya'. Ha sido una cantidad irrisoria comparado con todo lo que dilapido a diario para poder seguir siendo un engranaje productivo de nuestro sistema expansivo y suicida. Creo que ha sido el dinero mejor invertido en mucho tiempo. El mejor tributo a mi infancia perdida. Mi disculpa también a mis hijas por no haber sabido, o querido, o tenido el valor de darles la oportunidad de criarse en armonía con la naturaleza y lejos de la castración de la cultura industrial.
Llevarse a los hijos tan pequeños a criarse lejos de las suculentas oportunidades ofrecidas por el sistema es una decisión muy difícil, porque creemos que nos culpabilizaremos en el futuro si no son felices por llegar a faltarles esto o lo otro, y sin embargo, al entregar a nuestras criaturas al sistema de cría industrial les estamos imponiendo la necesidad insaciable de ser felices a través de la acumulación y a través del imperativo de tener que salvarse de todo y de todos.
Hoy no quiero soñar con hacerme millonario. Quiero soñar con algo mucho más sencillo y factible. Quiero soñar con todos los niños que pueden criarse en el campo en condiciones dignas y en compañía de gente adulta que los respete y sepa guiarlos a un lugar diferente de la productividad, del éxito ególatra y del erróneo concepto de seguridad y bienestar fundamentado en el expolio y la desigualdad.
Quiero soñar con que esta campaña de recaudación consigue llegar a su humilde objetivo en el tiempo que resta. Vamos bien. Podemos conseguirlo. Ahora veo que es posible que nos toque la lotería.
Estimado Alejandro gracias por lo que has escrito. Pq en realidad muchos de los neo rurales que nos hemos venido a. Vivir a un pueblo de la España vacíada hemos tomado esa decisión para ofrecer, como en mi caso, un futuro mejor a nuestros hijos. Y es que el pueblo es el verdadero tesoro de la vida. A pesar de que se sigue insistiendo en el Reto Demográfico, creo que no existe una conciencia clara de la pérdida que supone perder los pueblos que son nuestros orígenes, de nuestros padres y madres, abuelos y abuelas. No se están llevando a cabo unas políticas serias para evitar la despoblación, no es verdad. Nosotros lo vivimos en primera persona, vinimos a vivir hace dos años a un pueblo de 122 habitantes, de la Mancha. CARACUEL DE Calatrava y a pesar de que nos hemos empeñado y seguimos haciéndolo, en dinamizar este pequeño municipio, las entidades públicas no lo ven con buenos ojos, por qué, por miedo, porque no es cierto que se quiera incentivar el cuidado de estos entornos, tan necesarios, pq los gestores no tienen interés y porque supone que se les robe protagonismo... Es triste. Aún así, nuestro objetivo sigue adelante porque nuestro futuro, los y las niñas están aquí. Tienen que aprender y vivir como se cuida de estos entornos, los beneficios de vivir en ellos, alejados de lo industrial y su crueldad. Gracias de nuevo por tu escrito. Que necesarios sería que muchos y muchas lo leyeran y profundizan en el. Saludos!
ReplyDeleteMuchas gracias por el comentario, y sobre todo, por seguir al pie del cañón haciendo lo que de verdad amáis. Lo vuestro sí tiene mérito, nadando en el lado que cubre, rodeados de todo tipo de depredadores peligrosos ... yo a penas me mojo los deditos ... vuestros hijos son el futuro del alma humana ... mi sueño es que mis hijas algún día lo entiendan y tengan la oportunidad de hacer lo mismo que vosotros hicisteis ... Un abrazo
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