Friday, November 13, 2020

I LOSE MY BABY!

 


I lose my baby! Es el grito desesperado de una madre en busca de su bebé de 6 meses de vida, en medio del caos del naufragio de una patera en el Mediterráneo. La ONG Open Arms ha publicado un vídeo en el que aparece la madre de Joseph, que falleció en el barco de salvamento de la organización española tras haber rescatado su cuerpo del mar en parada respiratoria.

No sabemos su nombre, el nombre de ELLA, pero sabemos algo, que con el permiso de esa mujer tendré el atrevimiento y la desfachatez de decir en este post: TODOS SOMOS ELLA.

No sentimos su dolor, no, porque estamos anestesiados, pero su dolor es nuestro dolor, y es el máximo dolor que se puede experimentar. Ya hemos tocado hueso y no tenemos nada que perder después de esto.

Y esto no es nuevo, no, el dolor es algo nuestro desde el principio de los tiempos, y la mala gestión de ese dolor y pretender erradicarlo es lo que nos llevó a entrar en la espiral de destrucción de vida.

El dolor y el placer son constantes del universo, algo así como la energía: para que alguien experimente menos dolor (o más placer) otro alguien ha de experimentar más dolor (o menos placer).

Como decía Benedetti, no te salves .. no reserves del mundo solo un rincón tranquilo. ¿De qué sirve protegernos o salvarnos? ¿Qué sentido tiene esforzarse por asegurarnos un futuro con menos dolor, si ya hemos tocado fondo? ¿Por qué nos da tanto miedo el dolor si ya estamos en contacto con el máximo dolor que se puede sentir?

Hemos perdido a nuestro bebé en el océano. Nos subimos a esa patera para darle un futuro mejor, para escapar del dolor, y ahora está muerto, el frío océano le ha arrancado el aliento.

Ya no tenemos nada más que perder. Da igual que miremos para otro lado. Ni tan siquiera importa si nos llegamos a enterar de esta noticia en concreto o no, porque TODOS SOMOS ELLA, lo queramos o no, lo sepamos o no.

TODO está conectado y todos somos el mismo ser. Un ser que ahora agoniza, pero que con su grito desesperado de dolor va a hacer que la sangre vuelva a correr de nuevo por esa basta red que nos conecta.

La mayoría de la gente, incluso los que piensan que el futuro de la humanidad solo puede ir a mejor, se esfuerzan por asegurarse ese mejor futuro. Si no te esfuerzas una mano negra se te llevará por delante. Porque el futuro solo mejora, dicen, para el que enfoca su esfuerzo hacia ese fin.

Tienes que estudiar idiomas, formarte en el extranjero, contratar planes de pensiones y seguros médicos. O si estás más en la línea preparacionista colapsista, construir búnkeres y dotarlos con paneles solares, disponer de armas por si alguien invade tu propiedad, etc.

Pero ya no hace falta salvarse. El bebé ha muerto.

De hecho nunca hizo falta salvarse.

Y es que para conseguir un instante de verdadera felicidad solo hay que conseguir hacer las cosas por el mero placer que reporta el hacerlas en el momento, sin esperar de ello ninguna recompensa a largo plazo.

Eso es meditación en cada acto de tu vida. Observar y degustar lo que haces sin pensar en si mejorará tu nivel de dolor o placer en el futuro. Y la clave es que al hacer cualquier cosa cotidiana, normalmente duele en mayor o menor medida. Y que duela no es un precio que hay que pagar por llegar al premio futuro. Ese dolor es parte del juego y hay que aprender a bailar con él.

Rechazar el dolor intrínseco del acto cotidiano implica querer salir del círculo para entrar en la espiral. Pero para lograr salir del círculo hay que robar energía de algún sitio. Creemos que le quitamos esa energía al desgraciado que se ahoga en el mar, o que se la quitamos al futuro de nuestros hijos al socavar el medio natural que es la matriz de nuestra civilización. Pero en realidad esa energía la robamos del interior de nuestros corazones. Esa energía deja de fluir en nuestro interior y se disipa. Deja de hacer un trabajo útil para nosotros.

No existe la felicidad como algo alcanzable. Pero sí podemos ser infelices a medida que vamos robándonos esa energía. Esa energía se tiene desde que nacemos. Es todo lo que tenemos, y el camino propuesto por la vía circular implica (1) parar y dejar de hacer cosas que nos hacen perder esa energía a espuertas y (2) empezar de nuevo a observar esa energía.

La felicidad es eso: volver a observar nuestra energía primigenia. Desde que nacemos nos pasamos media vida aprendiendo a ignorarla y a perderla, y luego hay que emplear la otra media en desaprender eso y reaprender a contemplarla y a hacerla fluir de nuevo.

Estamos acostumbrados a posponer el acto de vivir con la promesa de poder vivir mejor en el futuro.

Estamos acostumbrados a sustituir nuestra capacidad innata de disfrutar y sentir la vida por objetos inanimados que prometen restaurar la energía perdida y no lo hacen.

No se puede recuperar energía en el camino de la espiral, porque ahí, en cada vuelta perdemos.

He perdido a mi bebé en el océano. No soporto el dolor. Pero también sé que el dolor no se va a ir. Entonces, para que se quede ocioso y arrinconado en algún lugar de mi mente, obstruyendo el fluir de mi energía, ¿no es mejor ponerlo a bailar?

De hecho, en el círculo no fluye la energía solo en el sentido de reportarnos placer. Lo hace también en el sentido de reportarnos dolor. Un flujo es el motor del otro. Es ese baile entrelazado del Yin y el Yang lo que mueve la energía de la manera más óptima, esto es, minimizando las pérdidas energéticas y maximizando la utilidad que nos brinda la energía.

Y es este camino del círculo el que lleva necesariamente a un estilo de vida frugal y sencillo. A una sociedad justa y sostenible, que es aquella compuesta por seres que no pierden su energía interior a espuertas. Seres que no temen bailar con el dolor. Seres que no apartan la vista del bebé ahogado flotando en el mar.

Porque no bailar es bloquear la energía.

Es quedarse inmóvil al borde del camino,

... es salvarse, quedarse sin labios, dormirse sin sueño y pensarse sin sangre ...


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