Nota: El siguiente texto está escrito en clave de hipérbole por motivos literarios y no se corresponde con la ideología del autor.
El colapso civilizatorio de la sociedad industrial ya está en curso. El Titánic ya ha chocado contra el iceberg y la civilización actual se va a deshacer por completo. Es posible que la mayor parte de la poca población que quede descienda a niveles paleolíticos tras un colapso que durará siglos. Y cualquier intento por conservar nuestro legado científico cultural será inútil a la larga.
Irónicamente, queda en manos de los mayores verdugos del colapso, las élites corporativas, los super ricos, el testigo de preservar ese legado intelectual. Un precioso legado que sólo fue posible construir a partir de la complejidad emergente de la dominación y el saqueo.
Sólo si estos super ricos consiguen preservar la tecnología, primero en el interior de sus búnqueres en Alaska o Nueva Zelanda, y después, en estaciones espaciales, o en la Luna, o en Marte, tendrá una oportunidad de sobrevivir nuestro legado. Pero si ellos también fracasan, todo se perderá para siempre.
Para conseguirlo, tendrán que quitarnos todo, lo presente y lo futuro, a los pobres, y tendrán que exprimir a la biosfera hasta su último aliento. Y a los pobres sólo nos queda la posibilidad de organizarnos lo mejor posible, desde la base, a nivel local, cooperativo y autogestionado, para alcanzar una resiliencia que nos permita conservar el mayor tiempo posible alguna cuota de legado intelectual y bienestar tecnológico. Pero al final, volveremos al Paleolítico. Metabolizaremos hasta el último gramo de resto tecnológico hasta que no quede ni el recuerdo. Probablemente, perderemos hasta el lenguaje, o gran parte de él quedará en desuso.
Y es esperable que no vuelva a haber en la Tierra un nuevo desarrollo tecnológico, porque lo imposibilitarán el nuevo clima y la no disponibilidad de combustibles fósiles. Estos últimos tardarán más tiempo en reponerse de lo que costará a un mega meteorito alcanzar la Tierra, como el que lo hizo en tiempos de dinosaurios. El único consuelo que nos quedará entonces a los pobres es que desapareceremos en equilibrio permacultor con nuestro planeta y en armonía con nuestros semejantes y con nosotros mismos.
¿Cabe esperar que si, con suerte, los ricos consiguen mantener el legado, sus herederos consigan volver algún día a rescatar a los pocos desarrapados que quedaron en la Tierra? ¿Tendrán capacidad para asimilarnos en su post civilización, o, por el contrario, nos abandonarán a nuestra suerte, o, peor aún, volverán para aprovecharse de nosotros y de los pocos recursos que puedan obtener de una Tierra en lenta recuperación?
¿O a caso correrán peor suerte que nosotros y perezcan en su lucha contra los elementos del cosmos, o enfrentados sin encaje a su nueva transhumanidad? ¿Quizás, con suerte, la tecnología inteligente tome el testigo de la conservación del legado humano cuando no queden ya humanos ni en el Cielo ni en la Tierra?
Nada de esto es relevante ahora para nosotros, los pobres, que amamos con delirio el legado intelectual emergido de nuestra autodepredación. Y nuestra urgencia ahora no puede ser aprender a sobrevivir al colapso para perpetuarnos sin más, independientemente del destino desconectado de los ricos. Y la urgencia de los ricos no puede ser sólo la de salvaguardar su bienestar. Nuestra urgencia común, la de pobres y ricos no puede ser otra que la de proteger, tanto como podamos, el maravilloso conocimiento humano alcanzado.
Con suerte, si los ricos logran aprovechar su ventana de oportunidad y consiguen saquearnos con suficiente eficacia y rapidez, puedan escapar del apagón del colapso y salvaguardar el legado. Y quizás, con suerte, si nosotros los pobres nos esforzamos en seguir recordando quiénes llegamos a ser, transmitiéndolo de generación en generación, y si algún día vuelven los hijos de los super ricos transhumanos a mostrarnos la luz de nuestro legado, sólo quizás entonces, podamos comprender de qué nos hablan y la importancia de su mensaje, el mensaje de los Dioses, el mensaje de nuestros ancestros.
Irónicamente, queda en manos de los mayores verdugos del colapso, las élites corporativas, los super ricos, el testigo de preservar ese legado intelectual. Un precioso legado que sólo fue posible construir a partir de la complejidad emergente de la dominación y el saqueo.
Sólo si estos super ricos consiguen preservar la tecnología, primero en el interior de sus búnqueres en Alaska o Nueva Zelanda, y después, en estaciones espaciales, o en la Luna, o en Marte, tendrá una oportunidad de sobrevivir nuestro legado. Pero si ellos también fracasan, todo se perderá para siempre.
Para conseguirlo, tendrán que quitarnos todo, lo presente y lo futuro, a los pobres, y tendrán que exprimir a la biosfera hasta su último aliento. Y a los pobres sólo nos queda la posibilidad de organizarnos lo mejor posible, desde la base, a nivel local, cooperativo y autogestionado, para alcanzar una resiliencia que nos permita conservar el mayor tiempo posible alguna cuota de legado intelectual y bienestar tecnológico. Pero al final, volveremos al Paleolítico. Metabolizaremos hasta el último gramo de resto tecnológico hasta que no quede ni el recuerdo. Probablemente, perderemos hasta el lenguaje, o gran parte de él quedará en desuso.
Y es esperable que no vuelva a haber en la Tierra un nuevo desarrollo tecnológico, porque lo imposibilitarán el nuevo clima y la no disponibilidad de combustibles fósiles. Estos últimos tardarán más tiempo en reponerse de lo que costará a un mega meteorito alcanzar la Tierra, como el que lo hizo en tiempos de dinosaurios. El único consuelo que nos quedará entonces a los pobres es que desapareceremos en equilibrio permacultor con nuestro planeta y en armonía con nuestros semejantes y con nosotros mismos.
¿Cabe esperar que si, con suerte, los ricos consiguen mantener el legado, sus herederos consigan volver algún día a rescatar a los pocos desarrapados que quedaron en la Tierra? ¿Tendrán capacidad para asimilarnos en su post civilización, o, por el contrario, nos abandonarán a nuestra suerte, o, peor aún, volverán para aprovecharse de nosotros y de los pocos recursos que puedan obtener de una Tierra en lenta recuperación?
¿O a caso correrán peor suerte que nosotros y perezcan en su lucha contra los elementos del cosmos, o enfrentados sin encaje a su nueva transhumanidad? ¿Quizás, con suerte, la tecnología inteligente tome el testigo de la conservación del legado humano cuando no queden ya humanos ni en el Cielo ni en la Tierra?
Nada de esto es relevante ahora para nosotros, los pobres, que amamos con delirio el legado intelectual emergido de nuestra autodepredación. Y nuestra urgencia ahora no puede ser aprender a sobrevivir al colapso para perpetuarnos sin más, independientemente del destino desconectado de los ricos. Y la urgencia de los ricos no puede ser sólo la de salvaguardar su bienestar. Nuestra urgencia común, la de pobres y ricos no puede ser otra que la de proteger, tanto como podamos, el maravilloso conocimiento humano alcanzado.
Con suerte, si los ricos logran aprovechar su ventana de oportunidad y consiguen saquearnos con suficiente eficacia y rapidez, puedan escapar del apagón del colapso y salvaguardar el legado. Y quizás, con suerte, si nosotros los pobres nos esforzamos en seguir recordando quiénes llegamos a ser, transmitiéndolo de generación en generación, y si algún día vuelven los hijos de los super ricos transhumanos a mostrarnos la luz de nuestro legado, sólo quizás entonces, podamos comprender de qué nos hablan y la importancia de su mensaje, el mensaje de los Dioses, el mensaje de nuestros ancestros.
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