Friday, September 5, 2025

EN BUSCA DE DIOS

 

Icono circular usado por Wolfgang Smith para representar su cosmología tripartita.

 

Este post tiene el propósito de recoger una respuesta a un artículo de la revista 15/15\15 que reinterpretaba de manera brillante el mito de Casandra, que cuenta cómo Apolo le otorga el poder de ver el futuro a condición de que se una a él carnalmente. Como Casandra finalmente no se une a Apolo, éste le castiga con la maldición de nunca ser escuchada por los hombres cuando ella profetizara algo.

El artículo plantea la metáfora de que Casandra representa a los científicos y activistas eco-sociales que nos advierten de la cruda realidad del colapso en curso. Y el autor se pregunta por qué nadie les escucha.

La brillante reinterpretación del mito consiste en que para poder adquirir un don que no es de este mundo terreno, hay que ligarse espiritualmente a un mundo más allá del terreno (el autor lo llama 'el inframundo'), no se puede pretender tener el poder y seguir atado al mundo terreno de la misma forma que antes. De manera que lo que pide Apolo es esa unión espiritual, y no una unión carnal como se interpreta desde la visión moderna del mito.

Así, el autor del artículo reivindica la construcción de una dimensión espiritual por parte de los activistas eco-sociales con el propósito de conseguir hacer llegar su mensaje al mundo.

Mi respuesta fue motivada porque me pareció que el autor quería aproximarse sin conocerla a una cosmovisión que recientemente conocí gracias al filósofo Wolfgang Smith y que para mí en especial ha supuesto una auténtica metanoia. Este autor, además de físico y gran conocedor de la teoría cuántica, fue catedrático de matemáticas en el MIT y un erudito en filosofía y religiones. Su obra supone una gran crítica, brillantemente fundamentada, a la arrogancia y estrechez de miras del cientifismo moderno. Muchos le criticarán por algunas de sus posturas más excéntricas y radicales, como el geocentrismo, pero yo prefiero no juzgar a la gente por sus errores y sí por sus aciertos. Somos humanos y para acertar hay también que errar.

A continuación la respuesta...

 

*    *   


Gracias por las reflexiones Gil Manuel. Buenísima la recuperación de una interpretación más profunda y auténtica del mito de Casandra. Está claro que la modernidad ha tergiversado todo el conocimiento perenne del que disponíamos.

Está claro también que lo que sugieres como imperativo es un cambio radical de Zeitgeist, de cosmovisión general, un cambio de Weltanschauung (como dice mi filósofo actual de cabecera Wolfgang Smith), un cambio que devuelva a lo espiritual su lugar perdido. Pero esa unión espiritual con Apolo haciendo uso del 'inframundo' es lo que llevan buscando todas las religiones (re-ligare) del mundo desde tiempos inmemoriales, y ha sido el Occidente moderno, de hecho, la primera sociedad en considerar el mundo corpóreo como un sistema cerrado, donde Apolo ya no puede tener cabida.

En mi opinión, tras dejarme iluminar por eruditos como Wolfgang Smith, lo primero, sería definir y ubicar ontológicamente ese 'inframundo'.

La ironía más grande de toda la modernidad, es que la propia deriva cientifista iniciada con la ilustración (asumamos la bifurcación cartesiana como punto de inflexión), llevada a sus últimas consecuencias de la mano de la teoría cuántica, llegó a toparse con los límites de su propia cosmovisión sobre un universo físico/corpóreo cerrado. Por decirlo claro: la teoría cuántica revela (ver teorema de Bell) que la realidad es en esencia no local, es decir, que hay toda una fenomenología, muy probablemente ubicua, que está fuera del espacio/tiempo y de las interacciones dentro de este acotadas por la velocidad de la luz; una fenomenología que está más allá de la causalidad horizontal percibida por nuestros sentidos y aparatos de medida, y que por tanto, revela la existencia de una causalidad vertical y la necesidad de establecer una jerarquía ontológica de planos de existencia que dé cuenta de esa verticalidad.

Esta jerarquía ontológica que la teoría cuántica revela como real, fue ya propuesta desde tiempos inmemoriales en todas las filosofías antiguas. El Cielo (espiritual) y la Tierra (corpórea), lo plegado y lo desplegado (como decía el físico cuántico y filósofo David Bohm), la manifestado y lo oculto, el Yin y el Yang, lo denso (sthula) y lo sutil (sukshma). Pero estos dos polos necesitan un medio para poder entrelazarse y accederse mutuamente, y ese medio es el plano intermedio, o como tú lo llamas, el inframundo.

Esta cosmología tripartita queda ejemplificada en el icono del círculo, donde su circunferencia representa el mundo corpóreo, sujeto al espacio/tiempo, el centro representando el mundo eterno y espiritual, donde no hay ni espacio ni tiempo, y el espacio intermedio entre el centro del círculo y su circunferencia representando el mundo intermedio o inframundo, donde no hay espacio pero sí tiempo. Es este mundo intermedio al que los alquimistas entraban con el 'solve' y del que salían con el 'coagula'. En palabras de Wolfgang Smith:


Quisiera añadir que este círculo simbólico —este auténtico icono de la cosmología perennis— era conocido por todas las grandes civilizaciones. La gran excepción, por supuesto, es la nuestra: esta civilización profana posmedieval, dominada intelectualmente por la ciencia, que, en efecto, ha reducido el cosmos a su nivel más bajo.


Cabe señalar un cuarto elemento fundamental representado en el icono circular, a saber, el radio que conecta cada punto de la circunferencia con el centro. Cada punto simboliza un momento presente del universo corpóreo, un presente que es atravesado (literalmente) por la eternidad a través del radio. La eternidad se hace presente en cada instante.

Obviamente no es el momento ni el lugar para seguir profundizando en estas ideas, pero sí me gustaría recomendar una referencia para quien pueda interesarse. El único libro de Wolfgang Smith traducido al castellano, "El enigma cuántico". No se requieren conocimientos científicos para entenderlo.

Es notorio que el colapso de la civilización industrial en curso (ya desde los 70s) ha suscitado un interés generalizado por el retorno a lo místico, a lo espiritual. Citando a Ferrán Puig Vilar en un artículo suyo sobre este tema:

 

Muchos estudiosos de las religiones —y todos los místicos— entienden que las distintas tradiciones sapienciales son, en realidad, caminos culturales distintos hacia una misma realidad espiritual. Las diferentes denominaciones de este Todo último —Dios, Yahvé, Alá, Brahman, Tao, conciencia universal, etc.— tienen tantos puntos en común que pueden ser considerados una misma entidad.


Y estoy de acuerdo con Ferrán que esta nueva cosmovisión tiene que poner en el centro el amor por Gaia, pero quedarse solo en Gaia es quedarse de nuevo en un plano ontológico cerrado, sin acceso a lo eterno... de nuevo, el gran mal de la modernidad.

Aunque también desde los 70s en occidente se despliegan grandes esfuerzos por asimilar las filosofías orientales antiguas, ese intento de encontrar lo común o lo esencial que está detrás de todas estas interpretaciones del conocimiento antiguo también se ha manifestado desde mucho antes.

En todas estas tradiciones sapienciales está presente la idea de que la estructura y forma del cosmos está de algún modo replicada a modo de fractal en los seres del mundo corpóreo, así, el ser humano se ve como arquetipo de este microcosmos que imita al cosmos en su estructura tripartita: cuerpo (mundo corpóreo) / alma o mundo onírico (mundo intermedio) / espíritu o sueño profundo (mundo eterno). No obstante, es sólo en la tradición cristiana donde esta idea de autosemejanza se lleva al extremo con el mito de la encarnación de Dios en la figura corpórea de Cristo. Obviamente, para los cristianos esto no es un mito sino la realidad misma.

A donde quiero llegar es que no veo muy práctico crear de cero en occidente una mesorreligión como sugiere Ferrán "a medio camino entre el laicismo y la religión", que se pierda en la equidistancia para no quedar mal con nadie... Se ha intentado sin mucho éxito por activa y por pasiva importar la sabiduría oriental traduciéndola al lenguaje occidental, pero sinceramente, vería más práctico y humilde retomar la tradición que aquí ya arraigó (Cristianismo), eso sí, tratando de recuperar su sentido original, corrompido desde casi su origen, y en ese intento de regenerarlo, sí sería de mucha ayuda incorporarle al cristianismo ideas de la filosofía oriental o de otras tradiciones ancestrales del mundo. Así mismo, también veo que se puedan incorporar ideas del cristianismo allá donde primen otras tradiciones, pero esta vez sin imponerlo tal y como sucedió desde la era colonial.

Dicho todo esto, que ya se extendió demasiado, no creo que el objetivo de la religión deba ser salvar a la humanidad de un colapso abrupto proporcionándole los medios para un aterrizaje suave. Nuestro destino ya está sentenciado y escapa completamente a nuestro control o influencia, como no podía ser de otra forma.

Si yo pudiera hablar con Dios, le diría:


No me salves del cáncer, no evites que esa bomba arrase a esos niños, no ayudes a ese drogadicto a salir de su tumba en vida, tan solo dame sabiduría para poder admirar de vez en cuando tu obra en toda su extensión sin paños calientes y ver en cada uno de sus ínfimos detalles una puerta al todo, dame humildad para poder agradecer la gran maravilla que supone que te sirvas de mí para percibir la eternidad de tu creación en cada instante, una creación que tiene que moverse para poder ser apreciada por su creador a través de todo ser en calidad de ser percibiente y sintiente...


Solo somos antenas que destilan una Conciencia que viene de arriba, de lo eterno, una Conciencia que no es nuestra y es de todos.

Y finalizo con una cita de la filosofía Sufí que Juan Arnau incluye en su libro "Historia de la Imaginación" (Juan es el filósofo valenciano gracias al cual conocí a Wolgfang Smith):


Él (el Supremo) es el sujeto de todas las experiencias (el vidente y el oyente). Aquel que permanece en la perplejidad recorre un sendero circular, nunca se aleja de Él, mientras que el que sigue la línea recta se pierde por la tangente


La línea recta, obviamente, es la cultura del progreso infinito... Y la perplejidad es lo que les pasa a los sistemas cuánticos, que dudan, y no solo eso, además comparten o coordinan su indecisión (entrelazamiento o interacción no local), lo que les permite alcanzar la claridad. Hay ejemplos reales de entrelazamiento a nivel micro como sucede en la fotosíntesis o en la superconducción, pero el físico cuántico David Bohm sugirió que los humanos deberíamos coordinar nuestra indecisión e ignorancia para alcanzar una conciencia colectiva necesaria para un cambio de trayectoria.

Por supuesto, la duda, la humildad y el rechazo del dogma son clave para el conocimiento, para poder sondear el misterio que nunca se revela, pero también hay que conocer "El teorema de Bell" (con el sufrimiento que ha costado que salga a la luz) que nos revela (irónicamente desde la ciencia) que hay un universo plegado, y muy probablemente, un Dios eterno disfrutando de este maravilloso teatro.

Saludos

Friday, January 10, 2025

SILENCIO

 

Desierto de Atacama

"En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro atendiendo a lo que dice. Acudiremos al oyente porque, aparte de él, apenas quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar"
                                                    Byung-Chul Han

 

A continuación transcribo el capítulo 'Silencio' del libro 'No-cosas, quiebras del mundo de hoy' de Byung-Chul Han.

 

*   *   * 

 

Lo sagrado está ligado al silencio. Nos hace escuchar: «Myein, consagrar, significa etimológicamente "cerrar"; los ojos, pero sobre todo la boca. Al comienzo de los ritos sagrados, el heraldo "ordenaba" el "silencio" (epitattei ten siopen)». Hoy vivimos en un tiempo sin consagración. El verbo fundamental de nuestro tiempo no es «cerrar», sino abrir, «los ojos, pero, sobre todo, la boca». La hipercomunicación, el ruido de la comunicación, desacraliza, profana el mundo. Nadie escucha. Cada individuo se produce a sí mismo. El silencio no produce nada. Por eso, el capitalismo (1) no ama el silencio. El capitalismo de la información produce la compulsión de la comunicación.

El silencio agudiza la atención hacia el orden superior (2), que no tiene por qué ser un orden de dominación y poder. El silencio puede ser muy pacífico, incluso amistodo y profundamente gratificante. Es cierto que un poder dominante puede imponer silencio a los sometidos. Pero el callar forzado no es silencio. En el verdadero silencio no hay coacción. No es opresivo, sino elevador. No roba, sino que regala.

Cézanne consideraba que la tarea del pintor es hacer el silencio. La montagne Sainte-Victoire se le aparecía como un imponente macizo de silencio al que debía obedecer. La verticalidad, la montaña que se alza, manda silencio. Cézanne cumplió el mandato de silencio retirándose por completo para no ser nadie. Se limitaba a ser oyente: «Toda su voluntad ha de ser de silencio. Debe hacer callar en él todas las voces de los prejuicios, olvidar, olvidar, hacer el silencio, ser un eco perfecto. Entonces se inscribirá todo el paisaje en su placa sensible».

Escuchar es la actitud religiosa por excelencia. El Hiperión de Hölderin así lo corrobora: «Todo mi ser enmudece y escucha cuando las delicadas ondas del aire juegan en mi pecho. Perdido en el inmenso azul, alzo a menudo la mirada al Éter y la dejo caer hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si el dolor de la soledad se disolviera en la vida de la divinidad. Ser uno con todo es la vida de la divinidad, es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo que vive, regresar, en un dichoso olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, es la cima de los pensamientos y las alegrías, es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno». Ya no conocemos ese enmudecimiento sagrado que nos eleva a la vida de la divinidad, al cielo del hombre. El dichoso olvido de sí mismo da paso a la excesiva autoproducción del ego. La hipercomunicación digital, la conectividad ilimitada, no crea ninguna conexión (3), ningún mundo. Más bien aísla, acentúa la soledad. El yo aislado, sin mundo, deprimido, se aleja de esa dichosa soledad, de esa sagrada cumbre de la montaña.

Hemos anulado toda trascendencia, todo orden vertical que reclame silencio. La verticalidad claudica ante la horizontalidad. Nada se alza. Nada profundiza. La realidad se allana en flujos de información y de datos. Todo se extiende y prolifera. El silencio es una manifestación de negatividad. Es exclusivo, mientras que el ruido es el resultado de una comunicación permisiva, extensiva y excesiva.

El silencio nace de la indisponibilidad. No disponer de nada estabiliza y acentúa la atención, despierta la mirada contemplativa. Esta tiene paciencia para lo largo y lo lento. Cuando todo está disponible y es alcanzable, la atención profunda no halla ocasión. La mirada no se detiene. Vagabundea como la de un cazador (4).

Para Nicolas Malebranche, la atención era la oración natural del alma. Hoy el alma ya no reza. Se produce. La comunicación extensiva dispersa el alma. Solo las actividades que se asemejan a la oración pueden conciliarse con el silencio. Pero la contemplación se opone a la producción. La compulsión de producir y comunicar destruye el recogimiento contemplativo.

Según Barthes, la fotografía debe «ser silenciosa». No le gustan las «fotografías estruendosas». «Para ver bien una foto vale más levantar la cabeza o cerrar los ojos.» El punctum, esto es, la verdad de una fotografía, se revela en el silencio, cerrando los ojos. La información que persigue el studium es estruendosa. Importuna a la percepción. Solo el silencio, los ojos cerrados, excita la fantasía. Barthes cita a Kafka: «Fotografiamos cosas para ahuyentarlas del espíritu. Mis historias son una forma de cerrar los ojos».

Sin fantasía solo hay pornografía. La propia percepción muestra hoy rasgos pornográficos. En ella se produce como un contacto inmediato, una copulación de imagen y ojo. Lo erótico se hace realidad cerrando los ojos. Solo el silencio, la fantasía, abre a la subjetividad los profundos espacios interiores del deseo: «La subjetividad absoluta solo se consigue mediante un estado, un esfuerzo de silencio (cerrar los ojos es hacer hablar la imagen en el silencio). La foto me conmueve si la retiro de su charloteo ordinario [...]: no decir nada, cerrar los ojos [...]». El desastre de la comunicación digital proviene del hecho de que no tenemos tiempo para cerrar los ojos. Los ojos se ven forzados a una «continua voracidad». Pierden el silencio, la atención profunda. El alma ya no reza.

El ruido es una suciedad tanto acústica como visual. Contamina la atención. Michel Serres atribuye el ensuciamiento del mundo a la voluntad de apropiación de origen animal: «El tigre orina en las lindes de su territorio. Lo mismo que el león y el perro. Y, al igual que estos mamíferos carnívoros, muchos animales, nuestros primos, marcan su territorio con su orina densa y maloliente; también con sus ladridos o con sus [...] deliciosos cantos, como los pinzones y los ruiseñores». Escupimos en la sopa para disfrutarla solos. El mundo está contaminado no solo por los excrementos y los residuos materiales, sino también por los residuos de la comunicación y la información. Está plagado de anuncios. Todo grita para llamar la atención: «[...] el planeta será completamente tomado por los residuos y las vallas publicitarias [...] en cada roca, en cada hoja de árbol, en cada parcela agrícola se implantarán anuncios; en cada planta se escribirán letras [...]. Como la catedral de la leyenda, todo quedará inundado por el tsunami de signos».

Las no-cosas se anteponen a las cosas y las ensucian. La basura de la información y la comunicación destruye el paisaje silencioso, el lenguaje discreto de las cosas:

Las letras y las imágenes imperiosas nos obligan a leer, mientras que las cosas del mundo imploran a nuestros sentidos que les den un significado. Las segundas ruegan; las primeras mandan. [...] Nuestros productos tienen ya un significado -banal- que es tanto más fácil de percibir cuanto menos elaborados sean, cuanto más cerca de los desechos estén. Los cuadros son desechos pictóricos; los logotipos, desechos de escritura; los anuncios, desechos visuales; los spots publicitarios, desechos musicales. Estos signos simples e inferiores se imponen por sí solos a la percepción y oscurecen el paisaje más delicado, discreto y mudo, que a menudo parece no ser visto, pues es la percepción la que salva las cosas.

La implantación digital en la red genera mucho ruido. La batalla por los territorios cede ante la batalla por la atención. La apropiación también adopta una forma muy diferente. Producimos incesantemente información para que a otros les guste. Los ruiseñores de hoy no tuitean para ahuyentar a los demás. Más bien tuitean para atraer a otros. No escupimos en la sopa para evitar que otros la disfruten. Nuestro lema es, más bien, compartir, sharing. Ahora queremos compartirlo todo con el mundo, lo cual conduce a un ruinoso tsunami de información.

Las cosas y los territorios determinan el orden terreno. No hacen ruido. El orden terreno es silencioso. El orden digital está dominado por la información. El silencio es ajeno a la información. Contradice su naturaleza. La información silenciosa es un oxímoron. La información nos roba el silencio imponiéndose y reclamando nuestra atención. El silencio es un fenómeno de la atención. Una atención profunda solo produce silencio. Pero la información tritura la atención.

Según Nietzsche, es propia de la «cultura aristocrática» la capacidad de «no reaccionar enseguida a un estímulo». Ella controla los «instintos que ponen obstáculos, que aíslan». «A lo extraño, a lo nuevo de toda especie se lo dejará acercarse con una calma hostil.» El «tener abiertas todas las puertas», el «estar siempre dispuesto a meterse, a lanzarse de un salto dentro de los hombres y otras cosas», es decir, la «incapacidad de oponer resistencia a un estímulo», es una actitud destructiva para el espíritu. La incapacidad de «no reaccionar» es ya «enfermedad», «decadencia», «síntoma de agotamiento». La permisividad y la permeabilidad totales destruyen la cultura aristocrática. Cada vez perdemos más los últimos instintos de aislamiento, la capacidad de decir no a los estímulos intrusos.

Es preciso distinguir dos formas de potencia. La potencia positiva consiste en hacer algo. La negativa es la disposición a no hacer nada. Pero no es idéntica a la incapacidad de hacer algo. No es una negación de la potencia positiva, sino una potencia independiente. Permite que el espíritu permanezca en calma contemplativa, es decir, preste una atención profunda. Sin esta potencia negativa, caemos en la hiperactividad destructiva. Nos hundimos en el ruido. El fortalecimiento de la potencia negativa por sí solo puede restablecer el silencio. Sin embargo, la compulsión imperante de comunicación, que resulta ser una compulsión de producir, destruye deliberadamente la potencia negativa.

Hoy nos producimos sin cesar. Esta autoproducción hace ruido. Guardar silencio significa retirarse. El silencio es también un fenómeno de ausencia del nombre. No soy dueño de mí mismo, de mi nombre. Soy un invitado en mi casa, solo soy el inquilino de mi nombre. Michel Serres guarda silencio decontruyendo su nombre:

Me llamo, en efecto, Michel Serres. Porque lo llaman mi nombre propio, mi idioma y la sociedad me hacen creer que soy el propietario de esas dos palabras. Mas yo conozco a cientos de Michels, Migueles, Michaels, Mikes o Mijaíls. Ellos mismos conocen Serres, Sierras. Junípero Serra [...] que provienen del nombre uraloaltaico de las montañas. Me he encontrado con homónimos exactos unas cuantas veces. [...] Así, los nombres propios a veces imitan o repiten nombres comunes, y a veces incluso lugares. Así, el mío cita el Mont-Saint-Michel en Francia, en Italia o en Cornualles, tres lugares encadenados. Habitamos sitios más o menos espléndidos. Me llamo Michel Serres, y no soy en absoluto propietario de este nombre, sino que él me tiene alquilado.

La apropiación del nombre causa mucho ruido. El fortalecimiento del ego destruye el silencio. El silencio reina cuando me retiro, cuando me pierdo en lo innominado, cuando me vuelvo débil: «Blando, quiero decir aéreo y fugaz. Blando, quiero decir fuera de sí y débil. Blando, blanco. Blando, tranquilo».

Nietzsche sabía que el silencio lleva aparejada la retirada del yo. Me enseña a escuchar y a prestar atención. Nietzsche opone a la apropiación ruidosa del nombre el «genio del corazón»: «El genio del corazón, que a todo lo que es ruidoso y se complace en sí mismo lo hace enmudecer y le enseña a escuchar, que pule las almas rudas y les da a gustar un nuevo deseo, el de estar quietas como un espejo, para que el cielo profundo se refleje en ellas [...] el genio del corazón, de cuyo contacto todo el mundo sale más rico [...] tal vez más inseguro, más delicado, más frágil, más quebradizo [...]». El «genio del corazón» del que habla Nietzsche no se produce. Más bien, se retira a la ausencia del nombre. La voluntad de apropiación como voluntad de poder retrocede. El poder se convierte en benevolencia. El «genio del corazón» descubre la fuerza de la debilidad, que se expresa como esplendor del silencio.

Solo en el silencio, en el gran silencio, establecemos relación con lo innominado, que nos supera, y frente a lo cual palidece nuestro esfuerzo por apropiarnos del nombre. Por encima de este se eleva también ese genio «al que viene confiada la tutela de cada hombre en el momento de su nacimiento». El genio permite que la vida sea algo más que una mísera supervivencia del yo. Representa un presente intemporal: «El rostro juvenil de Genius, sus alas largas y temblorosas, significan que él no conoce el tiempo [...]. Por eso el cumpleaños no puede ser la conmemoración de un día pasado, sino, como toda fiesta verdadera, la abolición del tiempo, epifanía y presencia del Genius (5). Esta presencia imborrable es lo que nos impide cerrarnos en una identidad sustancial: Genius es quien rompe la pretensión de Yo de bastarse a sí mismo».

La percepción absolutamente silenciosa se asemeja a una imagen fotográfica con un tiempo de exposición muy largo. La fotografía del Boulevard du Temple de Daguerre presenta en realidad una calle parisina muy concurrida. Sin embargo, debido al tiempo de exposición extremadamente largo, típico del daguerrotipo, todo lo que se mueve se hace desaparecer. Solo es visible lo que permanece quieto. El Boulevard du Temple irradia una calma casi pueblerina. Además de los edificios y los árboles, solo se ve una figura humana, un hombre a quien limpian los zapatos, y por eso está quieto. La percepción de lo temporalmente largo y lento solo reconoce las cosas quietas. Todo lo que se apresura está condenado a desaparecer. El Boulevard du Temple puede interpretarse como un mundo visto con el ojo divino. A su mirada redentora solo aparecen los que permanecen en silencio contemplativo. Es el silencio lo que redime.


Notas (mías):

(1) Byung-Chul Han usa el término 'capitalismo', pero quien no se sienta cómodo con eso que lo cambie por 'productivismo industrial'.

(2) Ver orden implicado (o plegado) de Bohm.

(3) El exceso de conexión física destruye la conexión "fantasmal" (aludiendo a la conexión "no física" entre partículas entrelazadas).

(4) Y entonces la vida se reduce a pura supervivencia. Es lo que hemos conseguido con la modernidad, que al librarnos de las ataduras de la naturaleza, nos iba a permitir elevarnos por encima de la mera supervivencia.

(5) En otros textos, Byung-Chul Han habla del papel de las tradiciones y las fiestas como andamiajes del tiempo que le dan puntos de apoño y estructura. Relacionándolo con lo dicho aquí, parece que el tiempo, al apoyarse en sus puntos de estructura, pudiera desaparecer, mientras que un tiempo sin estructura devendría en corriente acelerada por la que precipitarnos.